domingo, 10 de febrero de 2013

ALFREDO ARMAS ALFONZO


Nació el 6 de agosto de 1921 en Clarines, Anzoátegui,Venezuela, - fallecido el 9 de noviembre de 1990 en Caracas, Venezuela) fue un escritor, critico, editor e historiador venezolano. Es tomado como un precursor del «realismo mágico». ArmasAlfonzo pasó su infancia en Puerto Píritu, y más tarde concurrió a sus primeras clases de periodismo en la Universidad Central de Venezuela en Caracas. Trabajó para el Servicio de Correos en Barcelona y para compañías petroleras del este venezolano. También fue corresponsal de la zona este del diario caraqueño El Nacional. Publicó una columna en este diario hasta su muerte en 1990.1 Fue fundador de la revista literaria Jagüey, y organizó y presidió la primera conferencia de la Asociación Venezolana de Periodistas.

Armas Alfonzo continuó escribiendo para varios periódicos y fundó y dirigió revistas como El Farol y Nosotros, además de trabajar para el gobierno y para la "Creole Petroleum Corporation" (compañía petrolera).

En 1949 publicó Los Cielos de la Muerte. En 1962 renunció a la Creole Petroleum Corporation y comenzó a trabajar en la Universidad de Oriente, donde creó la Dirección de Cultura. En 1969 recibió el Premio Nacional de Literatura. Entre 1970 y 1971 se desempeñó como vicepresidente del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes. En 1975 se unió como miembro de la Comisión Organizadora del Concejo Nacional de Cultura (CONAC).

En 1986 la Universidad de Oriente le confirió un Doctorado honoris causa en Humanidades, reconociéndolo por su labor literaria ejemplar, y su valorización de la cultura popular y el folklore.

Tras su muerte, sus hijos crearon la Fundación Armas Alfonzo, y se encargan de publicar y difundir su obra.

TIEMPO Y ESPACIO EN ALFREDO ARMAS ALFONZO


Alfredo Armas Alfonzo es un caso distinto. Su obra fue construida con el permanente aporte de una visión y de unos hechos transcurridos dentro de las fronteras cada vez más delineadas de un territorio específico. Sus primeros libros lo son de relatos. Posteriormente, junto con los relatos propiamente dichos, él elabora fragmentos más o menos breves, yuxtapuestos dentro de cuerpos narrativos individuales. En esos términos, la crítica lo considera como cuentista. No obstante eso, el conjunto de su obra: la reunión de todos los significados y los segmentos narrativos, convierten el cuerpo de su trabajo en una gran novela hecha de fragmentos, que en tanto epopeya, transcurre en la narración.

Armas Alfonzo se inserta dentro de la veta criollista tradicional, y pudiera vincularse específicamente al ritmo de la tradición gallegueana. Sin embargo, va asumiendo una visión distinta tanto en el uso del lenguaje como en el tratamiento estilístico de la estructura, a la vez que plantea que el rescate del espacio es, a la vez, el rescate del tiempo: no hay predominio del uno sobre el otro, sino que ambos permanecen en equilibrio, definiéndose como pareja de conceptos. Tampoco hay en el trabajo de esa espacialidad intenciones abiertamente políticas: la escritura se abre espontáneamente hacia la captación de algo que está allí, rilkeana, órfica, metafísicamente, y lo transforma en un texto nítido y esclarecedor de un paisaje absolutamente local y, en forma paradójica, profundamente universal, puesto que es mítico y cósmico. En obras como EL OSARIO DE DIOS (1969), ANGELACIONES (1979) Y LOS DESIERTOS DEL ÁNGEL (1990), hay una noción del espacio vivido/tiempo vivido que da base fundamental a una historia que podemos llamar desprejuiciadamente, patria.

En realidad, el espacio de Armas Alfonzo, las descripciones de ese espacio donde usa las voces regionales con una energía y una poesía estilísticas que refuerzan el sentido de la evocación, pertenecen al campo de las recuperaciones existenciales. El crea una saga familiar que se remonta a los días de la Guerra Federal. Héroes cuya memoria persiste en las criptas de templos coloniales. Biografías municipales, cuentos echados bajo el alero de pulperías pueblerinas. Nombres de lugares, de flora y fauna, de dulces e instrumentos, de trajes y fantasmas que se han ido perdiendo, al igual que la continuidad del ethos tradicional del país, desde hace tres cuartos de siglo. Son los suyos relatos referidos, como en Faulkner, a un territorio personal y vivido: en este caso la Cuenca del río Unare, recreada, reformulada por una voluntad que Fernando Aínsa llamaría de fundador, pero más cercanos al tono irónico y elegíaco de Edgard Lee Master. En esas condiciones, el pasado, la estirpe y la tradición son fundamentos de todo el concepto del espacio: es la representación estético-literaria de los recuerdos y del sentimiento humano de la estirpe, de la familia, de la infancia y de las regiones donde esos valores tienen su asiento.

Vista desde ese punto de vista, la técnica usada por Armas Alfonzo para la asunción del paisaje no es solamente una forma de composición estética, sino que funciona como una epistemología. Ciertamente, su creación se corresponde con una época en la literatura venezolana en la que se están asumiendo nuevas técnicas. En efecto, después de la caída de la dictadura, en 1958, hay una apertura general no solamente a las influencias de la literatura francesa, sino también al conocimiento de autores como Aldous Huxley, Virginia Woolf, André Gide, Franz Kafka, James Joyce, T.S. Eliot, y también William Faulkner, Ernest Hemingway, Thomas Wolfe, Carson McCullers, Truman Capote, así como de latinoamericanos como Juan Carlos Onetti, José Donoso, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, entre otros.

La asimilación de estas lecturas y de las propuestas técnicas que ellas planteaban presentó a los escritores venezolanos de este período la necesidad de reconvertir el lenguaje: en un caso como el de la escritura de Armas Alfonzo se da con mayor fluidez el planteamiento barroco de Alejo Carpentier: el espacio se construye sobre una base primordial de nombres y los nombres son referencias en sí y no remiten a ningún glosario, así como los adjetivos funcionan como iluminadores del nombre y no como explicaciones o justificaciones, de manera tal que nombres/palabras/espacio/tiempo e intencionalidad son todos elementos constituyentes de un mismo conjunto estético cuya raíz ética se irá desenvolviendo en el transcurso de este ensayo.

(De La Cuenca del Unare como creación y patria, Milagros Mata Gil)