lunes, 4 de marzo de 2013

EDUARDO LIENDO, NARRADOR






Por: R.J.Lovera De-Sola
(Tomado de www.arteenlared.com , 03-05-2011)

Eduardo Liendo (1941) siempre ha sido considerado un maestro de la novela corta. Y a la vez fue, por mucho tiempo, solo el autor de un solo libro de cuentos El cocodrilo rojo (Caracas: Publicaciones Seleven, 1987.134 p.). Esto dejó de ser así al publicar Contraespejismo. (Prólogo: Luis Barrera Linares. Caracas: Alfaguara, 2007. 220 p.), colección de preciosos textos breves. En continuidad con sus trabajos dentro de la ficción minúscula ha vuelto a aparecer ahora El cocodrilo rojo/Mascarada (2ª.ed.Caracas: Alfagura, 2011.169 p.) volumen que recoge su primer libro de cuentos junto con su segunda noveleta, ya que la primera fue su celebrada nouvelle El mago de la cara de vidrio (Caracas: Monte Ávila Editores, 1973.151 p.), con la cual apareció como creador en nuestras letras.

Mascarada

Dentro del género de la nivola a El mago de la cara de vidrio siguió Mascarada (Caracas: Grupo Editor, 1978.130 p.). En esta nouvelle Liendo se volvió a apoyar en el humor.

Una primera observación que hay que hacer ante Mascarada se refiere al estilo. Al publicar esta ficción por segunda vez (1985), a siete años de su primera salida (1978), Liendo la corrigió. Aquella revisión, si tomamos en cuenta esas dos ediciones, la realizó no para alterar la anécdota sino para enriquecer la manera como fue escrita esta novela corta. Si se hace un cotejo, como lo hemos realizado nosotros, de cada una de las ediciones, se podrá dar cuenta el lector por una parte de la conciencia del lenguaje que posee Liendo quien en cada una de las correcciones de estilo introducidas en Mascarada lo que ha hecho es mejorar la forma de expresión pero siempre cambiando las expresiones de la primera impresión de su libro por otras más exactas. Así el relato ha ganado. Y es fiel testimonio de la manera como su autor se enfrenta a su instrumento expresivo.

Cuando leímos por vez primera Mascarada comprendimos como Liendo había retornado otra vez al sendero que le era propio, se había alejado de Los topos (Caracas: Monte Ávila Editores, 1975.185 p.), una novela testimonial de sus vivencias guerrilleras de los años sesenta. En Mascarada nos encontramos otra vez con aquello que singulariza a El mago de la cara de vidrio, con aquello que significaba la vuelta al camino primigenio de su escritura. En Mascarada nos topamos, y hemos vuelto a encontrarlo al releerlo, la creación de una realidad verbal fantástica pero construida a partir de lo real. Una suerte de realismo fantástico.
En Mascarada se afinca otra vez en el humor. Y en sus divertidos pasajes nos ofrece a base de lo expuesto una fantasía que se nos presenta como parodia de la realidad, como alegoría del contorno en el cual se mueve su curioso protagonista.

El corazón de aquello que se espiga a lo largo de las páginas de Mascarada no es otro que la búsqueda de identidad. En el fondo la narración nos propone una grave interrogante de orden ontológico: ¿qué somos: nosotros mismos o nuestra máscara? ¿Qué representamos: nuestra verdad o nuestra impostura? ¿Cuándo nuestra máscara se transforma en simple farsa? Y para llegar al meollo debemos oscilar como el personaje de Mascarada. Movernos desde la incertidumbre a la libertad, conocer nuestra sombra, proseguir “el arduo aprendizaje de sí mismo” (p.115). Y esto sin perder la posibilidad de “percibir el lado ridículo de todas las cosas, incluido él mismo” (p.129). Es decir, que para llegar a la plena conciencia de nosotros mismos no podemos alejarnos de las oscuridades anímicas. Y debemos percibir el significado más hondo de nuestro laberinto interior, del absurdo, de los espejismos y las mentiras. Así podremos arribar al “darse cuenta”, al descubrimiento de la plenitud vital. Debemos, como el personaje de Mascarada, huir de la falsedad, del engaño, para poder ser nosotros mismos. Y no lograremos mientras no huyamos de los espejismos, de las simulaciones.

El Cocodrilo Rojo

Eduardo Liendo es entre los escritores venezolanos que aparecieron en los años setenta uno de aquellos creadores que es necesario tomar en cuenta, cuyos escritos debemos seguir con atención. Hasta ahora su obra se compone de la novela Los topos; de las novelas cortas, un género dentro del cual él brilla con luz propia, El mago de la cara de vidrio, Mascarada, Los platos del diablo. (Caracas: Planeta, 1985.127 p.), Si yo fuera Pedro Infante. (Caracas: Alfadil, 1989. 96 p.), del mismo ámbito es para nosotros su novela Las Kuitas del hombre mosca (Caracas: Otero Ediciones, 2005.429 p.). Suyo es también el libro de narraciones cortas El cocodrilo rojo. (Caracas: Publicaciones Soleven, 1987.134 p.) también reimpreso, junto con una de sus noveletas, en el volumen El cocodrilo rojo/Mascarada.(Caracas: Monte Ávila Editores, 1992. 142 p.), cuya edición del 2011 aquí seguimos.

Un Paréntesis: Las Novelas de la Guerrilla

Aunque Eduardo Liendo es autor de dos novelas surgidas de sus propias experiencias, tal Los topos, la muy repujada y de largo aliento El round del olvido (2002, Caracas: Alfaguara, 2009.581 p.) y la encantadora El último fantasma (Caracas: Alfaguara, 2008.198 p.), trasunto de sus experiencias personales durante los años sesenta, la cuales hay que situar dentro del contexto de la lucha guerrillera. El round del olvido y El último fantasma fueron escritas tras la caída del comunismo (Octubre 10,1989). Por su parte, de su cosecha reciente, es El último fantasma sin duda el final ajuste de cuentas de los antiguos marxistas con el salinismo, de hecho su protagonista es Vladimir Ilich Lenin(1870-1924). Así a Los topos, El round del olvido y El último fantasma podemos examinarlas bajo la égida de una a generación que como lo dijo el mismo Liendo, en conversación con la periodista Lenelina Delgado(El Universal, Caracas: Septiembre 16,1982), “se equivocó soñando, el error estuvo en que nosotros no supimos interpretar adecuadamente las claves de la realidad, pero no soy un renegado del sueño, tampoco soy un obcecado que no haya sacado por los menos reflexivamente las lecciones del fracaso político”.

Escribir desde la Herida

Pero si escribir Los topos, El round del olvido y El último fantasma fue para Liendo una exigencia de su espíritu en verdad son todas estas obras surgidas, de donde sale toda obra veraz, de las entrañas de quien las concibe, porque escribimos, como ha dicho nuestra narradora Elena Arellano (1963) desde una herida. Ella lo observa desde esta cita a la gran María Zambrano (1907-1991) en Los sueños y el tiempo (Madrid: Siruela, 1992). Esto nos escribió ella (Enero 30,2011):“Lo que dije es una elaboración a partir de la idea que encontré en estas líneas, dicen así: “Esta historia, estas historias, tanto las sucedidas en sueños, como las que se desarrollan en la vigilia, no alcanzan el nivel de la realidad: tocan a la realidad en un punto, aquel de donde parten, el único suceso real, efectivo: el de la herida, el sufrimiento, el llanto. Si ha sido ocasionado por un acontecimiento, si se trata de un hecho. El resto, el ámbito o lugar donde la historia se desarrolla está bajo la tendencia que al modo de una sustancia elástica se distiende y dura, tanto en sueño como en vigilia, y hace como una nota fundamental que sostiene toda la frustrada, inconexa melodía.

La tendencia, que como tentáculo se sale, emerge de la psique, especie de queja donde se da, se apoya, el desfile de las imágenes”. Continuó su e-mail así: “Creo que toda historia que conmueve y que permanece tiene como origen, consciente o inconsciente, ese punto: el de la herida. Es ella la que nutre de fuerza la historia. Al menos, así han nacido mis libros. Y tantos personajes que vemos en la palestra sostenidos por la fuerza de una herida en su historia personal, no hay que buscar más lejos que Miraflores”. Nosotros, coincidiendo con esta bella idea, insistimos también, porque es una herida, en que siempre hemos pensado al leer y analizar las obras literarias que toda obra veraz surge de las entrañas del escritor y, desde luego, de su corazón herido por cierta experiencia.

Esto, creemos, es lo que nos lleva a una mejor comprensión de Los topos, El round del olvido y El último fantasma.

Los Novelines

Debemos, para entender lo luminosamente escrito por Liendo, también, que lo más esencial de su obra: las obras concebidas de su maestría en la escritura breve, a veces brevísima, lo cual requiere especial destreza. Lo sustancial, lo más hondo, lo más acabado, de lo publicado por él se encuentra en los volúmenes que ha construido a partir de lo absurdo del cotidiano vivir. Para componerlos se ha apoyado en el humor, actitud o posición, desde la cual se puede contemplar con mayor agudeza los rasgos del ser humano y de nuestro contorno. De ese rico filón brotó su novelín El mago de la cara de vidrio, en el cual ofreció su corrosiva visión de la alineación por la televisión. Se trata de un relato el cual siempre nos hace sonreír. Esa es de alguna forma también la génesis de sus otras obras breves.

Veinte y Cinco Cuentos

Nos ocupamos en esta parte de nuestra reseña de su libro de cuentos El cocodrilo rojo, ahora otra vez reeditado para goce de sus lectores. Sus veinte y cinco breves relatos nos permiten incursionar otra vez a través de la obra de este creador de ficciones quien a través de sus fantasías desea mostrarnos como siempre hay un más allá, un sesgo, otro lado, de la realidad que está después del mero dato realista, del registro del acaecer de todos los días. Siempre, nos dicen los protagonistas de estas narraciones, hay un doble fondo, las cosas son más complicadas, o peores, de cómo en realidad las vemos sucederse como es el caso del final del relato titulado “La valla” (p.50). Por eso todas las ficciones que nos ofrece Liendo en El cocodrilo rojo son sólo aparentemente realistas. A la vez están traspasadas por un humor particular, muchas veces corrosivo, por momentos sarcástico.

Todo en El cocodrilo rojo se cobija sobre el manejo de “la audacia de lo imaginado” (p.51) como leemos en “La valla”. Pero estas quimeras también se guarecen bajo la sombra de quien es un iluminado, todo creador lo es, quien observa más allá de la “realidad mezquina” (p.55) a lo cual se alude en “El alumbrado”, relato sobre los modos de ser de un hombre de letras, escrito como paráfrasis libre, o serie de variaciones, de “Derrota” el celebrado poema de Rafael Cadenas (ver Los cuadernos del destierro/Falsas maniobras/Derrota. Caracas: Fundarte, 1979, p.111-114) en el cual se recrea el solitario y marginal oficio de quien se expresa a través de la palabra. Y solo la tiene a ella.

Pero hay elementos en El cocodrilo rojo que también debe señalar el crítico, materiales que lo empalman con el resto de la obra imaginativa de Liendo en la cual la presencia de seres enmascarados, con identidades cambiadas o alteradas, distintas a aquellas que nos parecen las reales. Así el disfraz, la mascarada, constituye una constante en las invenciones de Liendo. En El cocodrilo rojo nos volveremos a topar con ellas. Y esto a través de diversos caminos.

El disimulo aparece en El cocodrilo rojo en formas peculiares. A veces son animales personificados como lo observamos en cuentos en donde se narra a través de un Cocodrilo, de una serpiente, de intenso simbolismo fálico, o por medio de un Cíclope en “Unilateral”. A veces las criaturas de El cocodrilo rojo cambian. En “Vanidad” un lector se transforma en la cosa que más ama: un libro. En “Carisma”, un actor toma la identidad del personaje teatral que le dio fama y de simple persona común de todos los días se trasmuta en temible dictador. En los textos de El cocodrilo rojo a veces asistimos a aspectos del vivir que parecen dramáticos pero que en el fondo son de comedia. Tal sucede en “Amorodio” o en el delicioso “Los otros fantasmas”.

Pero no sólo es la personalidad de animales lo que hace parecer a este volumen a una especie de Bestiario, no siempre son las alteraciones o lo tragicómico de todos los días. También el absurdo cotidiano aparece en sus páginas. Esto es evidente en “El sintetizador”, en donde el protagonista parece perder las condiciones que hacen de él un ser humano; en “¿Quién mato a Sheerezade?” descubrimos que para terminar con la vida de la incansable cuentacuentos “fue necesario convencerla antes, de la inutilidad de su arte” (p.83). Igual sucede en “Los otros fantasmas”, en el cual la mujer de un hombre lo compara siempre con lo que hubieran hecho en cada oportunidad los hombres que en su vida le precedieron. Y en otras narraciones aparece un tópico caro a Liendo: la simulación. Tal es el caso de cuanto acontece en “La valla”, en donde nos muestra hasta qué punto dependemos del arbitrio de lo que otro con poder sobre nosotros decida en alguna hora.

No podríamos cerrar sin algunas consideraciones sobre la forma como Liendo ha construido estos relatos. Él ha edificado pacientemente los cuerpos narrativos que ahora nos ofrece. Algunos de ellos los conocimos inéditos en otras versiones. En sus nuevas reescrituras Liendo los ha enriquecido hasta lograr darnos cuentos redondos como algunos de los que aquí hemos glosado. Tal los casos de “El cocodrilo rojo”, “Trece”, “El sintetizador”, “El alumbrado” o “Los otros fantasmas”. Pero también de la mano de Liendo salen curiosas narraciones brevísimas, un arte que dominan pocos. Tal sería el caso de “Persistencia”, de solo dos líneas, “Suspenso” o “Calistenia”.