sábado, 20 de julio de 2013

ENTREVISTA A HORACIO BIORD CASTILLO, POR MACKY ARENAS

La escritura es un don de Dios, un regalo de la vida. Los dictadores latinoamericanos merecen interpretaciones más complejas. Un escritor como un poeta necesita vivir y vivir con fuerza para escribir, señala el especialista.


Macky Arenas

Licenciado en Letras (UCAB, 1984). Magíster en Historia de las Américas (UCAB, 1995). Doctor en Historia (UCAB, 2002). Investigador asociado y jefe del Centro de Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas. Profesor asociado de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre 1995 y 2002 ejerció como jefe de la División de Servicios Técnicos de la antigua Dirección de Asuntos Indígenas del Ministerio de Educación. Estas fueron sus reflexiones para ABC de la Semana.

¿Cuál es su imaginario poético y cómo se conecta con otros imaginarios?

Al principio más narrativa que poesía. Sin embargo, en los últimos años me he dedicado más que todo a escribir poesía. Mi poesía sobre todo la inicial- enfrenta, digamos, dos vertientes: la angustia y la nostalgia. Lo relativo a la angustia tiene que ver con el aspecto existencial de explicarme y asumirme, incluso de consolarme por el dolor que ambas acciones me pudieran causar. También parte de mi poesía recrea una fuerte obsesión mía, que llamé en algún momento “teoría de la nostalgia infinita”. Angustia y nostalgia sustentan mi imaginario poético inicial. Luego se han incorporado otras cosas, como las realidades menos aparentes, más sutiles.

¿Obras hasta ahora?

Mi primer poemario, Sueño que nunca llega, fue publicado en 1994 y recoge lo que escribí entre 1979 y 1983. El segundo poemario, publicado apenas en 2012, se llama Retazos. Contiene poemas incluso anteriores al primer poemario y está integrado por textos que en algún momento pensé destinar a su destrucción, pero al irlos revisando, los fui puliendo y corrigiendo hasta que se transformaron en ese pequeño poemario. El tercero, con poemas escritos mayoritariamente a mediados de la década de 1980, se titula Mea estrellas la noche y acaba de aparecer este año. Puedo decir que estos tres poemarios recogen básicamente una poesía intimista.
Luego viene una serie de cuatro poemarios escritos, cada uno, a propósito de una ciudad y no simplemente a o sobre la urbe que lo motivó, aunque no dejan de ser ofrendas a esas ciudades.

¿Existe la inspiración, o se trata más bien de obsesiones cotidianas que forman los recovecos íntimos en los que se incuba el arte de escribir poesía?


Creo que es la conjunción de tres cosas: inspiración, obsesiones y escritura. La inspiración sola no necesariamente se traduce en poesía, en expresión poética escrita, ni en un texto poético cuidado, decantado. Las obsesiones o recovecos íntimos motivan la inspiración, son la chispa que las encienden. Las obsesiones, a su vez, afloran de acuerdo a estados de ánimo. Eso explica por qué una persona, una situación límite o una ciudad en un momento te pueden inspirar y en otro no, o a veces te inspiran algo y cosas distintas en otras oportunidades. Finalmente, la disciplina para escribir y corregir es esencial. Sin ella, la poesía se queda como una obra de albañilería en sus primeras ejecuciones: columnas levantadas y ladrillos pegados, sin que florezca la perfección y la belleza arquitectónicas.


CARICATURA DE TIRANOS

¿Puede un “Tonton Macoute” ser poeta? Julio Cortázar, cuando le hicieron esta pregunta, respondió negativamente.

Se puede responder de varias maneras. Como ya lo dijo Cortázar, un poeta (o lo que asociamos con un poeta) no puede ser un tonton macoute, pero los hemos tenido. La pregunta me remite a lo siguiente. Decía el historiador Germán Carrera Damas, en alguno de sus libros, que la novela del dictador latinoamericano peca por presentar siempre una caricatura de los tiranos. Creo que eso es cierto, que la novela los ha estereotipado demasiado, obviamente considerando siempre y de manera definitoria que la literatura es ficción. Dicho esto, también es cierto que la novela ha sido vista y ha actuado, en especial en América Latina, como una fuente histórica alternativa y ha contribuido a fijar la opinión pública sobre diversos asuntos de la región.

¿Son iguales todos los dictadores?

Todos los dictadores me refiero a los gobernantes autoritarios- tienen una complejidad psicológica muy interesante, además de la obcecación por el poder y el autoritarismo. Muchos se sienten destinados a recrear el orden, vagamente considerado, y a su país. Esta percepción se la refuerzan crecientemente sus más inmediatos seguidores, colaboradores y legitimadores. Pero esos personajes autoritarios tienen una cantidad de sentimientos, ideas y valores encontrados y contradictorios las más de las veces que vale la pena revaluar para tratar de aprehender su complejidad y no construir personajes planos, maniqueos, caricaturescos. Además, las lecciones elementales de psicología evolutiva enseñan que a lo largo de la vida de una persona se producen cambios. No siempre somos la misma persona. Muchos de esos cambios están asociados al poder, a la riqueza, y a otros factores más complejos.

¿América Latina un continente de dictadores?

Personajes fundamentales de la historia de Venezuela, como Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, y más recientemente un hombre tan controvertido como Hugo Chávez Frías, u otros de Iberoamérica, como Gaspar Rodríguez de Francia, Juan Manuel Rosas, Alfredo Stroessner, Rafael Leonidas Trujillo, Francisco Franco, Augusto Pinochet y Fidel Castro (el único aún vivo de esta corta lista), merecen interpretaciones más complejas. En todo caso, pese a novelas tan importantes como El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, Yo, el supremo de Augusto Roa Bastos, El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, Oficio de difuntos de Arturo Uslar Pietri o La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, para solo nombrar unas cuantas cumbres de la literatura hispanoamericana el tema no está agotado.

¿Cuál es la esencia del escritor, del poeta?

Volviendo al caso de la poesía, habría que preguntarse qué entienden esas personas, esos tonton macoute o esbirros, por poesía, qué entendemos nosotros mismos por poesía. De pronto uno consigue personas que no logran una verdadera autenticidad en el conocimiento de sí mismos, de sus relaciones con los otros y con otros niveles de la vida, donde incluyo lo divino (visto desde muchas ópticas), y, sin embargo, se consideran poetas o que escriben poemas, si se quiere versificadores. Muchas veces se trata de poesía circunstancial. El asunto es la esencia. De nuevo hay que preguntarse cuál es la esencia del escritor, del poeta. ¿Eres un matón o eres un poeta? A lo mejor un matón puede escribir poemas; pero ¿al revés? ¿Puede un poeta dedicarse a matar, a perseguir, como estilo de vida? Probablemente la respuesta sea que no; pero aquí entran otros problemas de orden teleológico y axiológico. Finalmente, también se debe considerar la calidad de los poemas de un tonton macoute.

Hay personas que se dedican por entero a la poesía. ¿Podríamos decir que su arte tendría más calidad que la contenida en un matemático que resolviera escribir?

Creo que no hay absolutos ni universales. La escritura es un don de Dios, un regalo de la vida, acaso una herencia de vidas pasadas, no lo sé. Descubrir ese talento y pulirlo es un trabajo de años, que requiere lecturas y prácticas. Pero no creo que haya absolutos en esto. No está relacionado con la profesión. Es un manantial que brota de las profundidades de cada ser. He visto profesores de Física que son grandes escritores (Ernesto Sábato lo fue) y profesores de Literatura que no logran apuntalar un buen poema.


EL ASUNTO ES LA ESENCIA

La poesía es trabajo de la palabra. ¿Cree usted que esta verborrea interminable que caracteriza históricamente a los venezolanos refleja superficialidad, falta de autenticidad, falta de trabajo del alma?

Esa pregunta me hace pensar en la inmensa dificultad de caracterizar a “los venezolanos” y a “lo venezolano” como también a “los latinoamericanos” y a “lo latinoamericano”. La “verborrea interminable” habría que contextualizarla y hasta identificarla o atribuirla a personajes y situaciones de habla concretas. En todo caso, se puede tener una gran ampulosidad verbal, pero ello no garantiza ni autenticidad ni profundidad. Algunos poetas han sido acusados de tener lecturas literarias que no tienen posibilidad de múltiples interpretaciones, que no son susceptibles de hacerles una interpretación polisémica. Muchos de los poemas de Andrés Eloy Blanco –sin que yo lo acuse de tal cosa- han sido catalogados como de ocasión, de una poesía que se agota tras una lectura muy literal. También hay poesía comprometida que cuando la lees te preguntas qué es más importante en esos textos: la poesía o el compromiso político, lo literario o lo militante, y, sin embargo, no por ello deja de ser literatura o poesía. Cito algunos ejemplos de grandes escritores: la llamada poesía social de Miguel Otero Silva y hasta de Pablo Neruda. Incluso una persona como Alejo Carpentier, que escribió antes y después de la revolución cubana, se aferró a un proyecto político cuya defensa lo limitó al final de su vida. Mayakovski tuvo un fuerte compromiso con la revolución rusa. Después dudó sobre si ese, o al menos como se lo propuso el socialismo real, era el camino. Pero, ¿qué ser humano tiene la verdad absoluta?

¿Cuánto juega lo político y lo religioso en la poesía?

Pasando del terreno literario al sociopolítico, el fin no justifica los medios por más que el fin sea loable. El pensamiento cristiano y el de muchas otras religiones y tradiciones espirituales no aceptan esa postura, pues es la negación de la ética. En todo caso, lo que esto nos muestra es la complejidad del ser humano y que no podemos reducir esos laberintos y profundidades a categorías estáticas de bondad, maldad, santidad, satanismo, ética o falta de ella. Todos esos aspectos pueden coexistir en las profundidades del alma humana: las cosas oscuras, las luces, lo carnal, lo místico, lo mundano, lo abyecto… En cuanto a la poesía, no solamente es cuestión de palabras o expresión verbal pulida. Tras eso están los sentimientos, las ideas, las actitudes (no solo las aptitudes). En la medida en que un poeta va madurando como ser humano, puede llegar a una depuración verbal.

¿Estos tiempos revueltos son más propicios para hacer un buen trabajo o la calma y la quietud favorecen una más acabada actividad intelectual?

Un escritor, un poeta, necesitan vivir y vivir con fuerza para escribir. Las experiencias aprehendidas de la literatura y de otras obras como relatos, historias y biografías son esenciales, pero la vida misma de cada quien, los protagonismos directos, nos permiten evaluar y reevaluar la fuerza de las experiencias ajenas. Una vida apacible no garantiza en sí misma una obra valiosa y extensa. Ahora bien, el reposo y la quietud son las mejores aliadas de la creación literaria. Como dice el capítulo 3 del Eclesiastés, todo tiene su tiempo. Hay tiempo de vivir y tiempo de escribir. Hay tiempo de gozar y de sufrir, pero también tiempo de ponderar lo gozado y lo sufrido.


jueves, 6 de junio de 2013

XXXIV SIMPOSIO DE DOCENTES E INVESTIGADORES DE LA LIT. VENEZOLANA

EL REQUETEMUERTO, DE JOSÉ PULIDO y las tres muertes del pintor de vaginas




Alfonso Molina

http://ideasdebabel.wordpress.com/2013/06/03/el-requetemuerto-jose-pulido-y-las-tres-muertes-del-pintor-de-vaginas-por-alfonso-molina/#more-28176

Una víctima, tres criminales, muchas vulvas y una investigadora policial lógica y precisa convergen en una oscura trama de venganzas y pasiones que José Pulido (Villa de Cura, 1945) desarrolla en El requetemuerto, su último trabajo narrativo, inserto en la colección de novela negra Vértigo de Ediciones B Venezuela. Una singular figura femenina, la comisario de Homicidios Nedytza Yamilet Samarcanda López, desentraña un caso policial con características muy masculinas. El asesinato de Aníbal Milesio, artista obsesionado con las vaginas, tanto en su obra plástica como en su vida privada, constituye el punto de partida de un estudio de ciertas patologías contemporáneas. Sujeto y objeto de una indagación más allá de lo judicial, una y otro se definen como los polos personales de una historia muy particular. Tres acciones convergen alrededor de un mismo crimen y solo la agudeza de la Jefa Samarcanda logra descifrar el enigma. Eso sí, con la remota ayuda de William Shakespeare, ni más ni menos.

He apreciado en la narrativa de Pulido un definido contraste con su obra poética, sin convertirse en ruptura. Trabajos como Pelo blanco (Planeta, 1987), Una mazurkita en la mayor (Planeta, 1989) o Los mágicos (Monte Ávila Editorial Latinoamericana, 1999) comparten sensibilidades con Los poseídos (Pavilo, 1999), Peregrino de vidriera (Pavilo, 2001) y Duermevela (Pavilo, 2004), aunque obviamente transitan senderos diferentes. Concluyo la lectura de El requetemuerto y no puedo dejar de evocar La canción del ciempiés (Alfadil, colección Alfa 7, 2004) pues ambas se inscriben en la vertiente de la novela negra, entendida en términos muy amplios, y se alejan del trasfondo histórico de
Pelo blanco y Mazurkita, dos expresiones de su novelística temprana nutridas de su condición de periodista. Pero esta vez Pulido se aleja de La Habana y se inserta en una Caracas donde moran personajes anónimos al lado de celebridades en una danza de pasiones y deseos de venganza.

La novela descansa fundamentalmente sobre el dibujo de dos personajes distantes y diferentes, cuyas vidas nunca se cruzaron hasta la fatídica noche el crimen. Nedytza Yamilet Samarcanda López es una mujer fascinante y misteriosa, de inteligencia y cultura poco común, ajena a las prácticas policiales tradicionales, dispuesta a llegar al fondo del crimen. Nadie conoce su afectividad. Ni siquiera su hermano Toto. En cambio Aníbal Milesio padece la poderosa tiranía del egocentrismo y sus consecuencias, como artista y como hombre. Se fundamenta en la obra fotográfica de Nelson Garrido para desarrollar su propio trabajo pictórico, poblado de vaginas intervenidas y sembrado de delaciones sin pudor. Manipulador de intensa avidez sexual no guarda escrúpulos ni lealtades. Ni a sus mujeres ni a sus amigos. Dicho de forma rápida, merecía su muerte. O sus muertes … porque sufrió tres atentados. Cada uno de estos personajes representa una postura ética distinta y una conducta personal divergente. Los unió el crimen. Milesio jamás conoció a Samarcanda. Ésta nunca estrechó la mano de aquél. Pero sí supo desarticular su asesinato y las motivaciones de quienes lo perpetraron.

Entre ambos Pulido teje una red de personajes secundarios, cuyos aportes a la trama se entrelazan con pinzas de forma relevante. No por secundarios dejan de ser importantes, particularmente por la sordidez de sus experiencias. La sufrida Herminia Constanza y su desalmado hijo Yéison Jarvar, los fieles detectives Bruno Almendáriz y Alfredito Borgoña, los calenturientos Minerva y Efra, el cornudo Arcadio Torrentes, compadre de Milesio, su infiel esposa Edelmira, comadre de Milesio, y su desenfrenada hija Ceylanis, ahijada de Milesio, la amante Mariam y su madre también amante de Milesio, conforman un cuadro humano desolador e irremediable. Las motivaciones personales se cruzan, coinciden, se desplazan alrededor de un mismo cadáver. Al final, la lógica implacable de la Jefa Samarcanda extenderá ante los ojos de todos la solución del caso.

Sexo, violencia, locura y traición arropan la historia. El requetemuerto se nutre de la preceptiva básica del género, sobre todo en la estructura del relato, pero introduce elementos innovadores a través de su heroína. Kant, Leibniz, Chuang Tzu y el Ricardo III del propio Shakespeare conforman su universo intelectual y sus referencias de la lógica, la estética y la ética. Nedytza Yamilet Samarcanda López tiene su propia vida, muchos libros, un padre con una doble vida, un medio hermano convertido en su protector y una ausencia afectiva de mujer solitaria. Un personaje tan particular exige su propia vida en otras novelas.

EL REQUETEMUERTO, de José Pulido. Ediciones B Venezuela, Caracas, 2012.

viernes, 12 de abril de 2013

LA RESISTENCIA DE LA MEMORIA: UNA ESCRITURA CONTRA EL PODER DEL OLVIDO




LA RESISTENCIA DE LA MEMORIA:
UNA ESCRITURA CONTRA EL PODER
DEL OLVIDO


(En La Historia en la Mirada, Parte 1: La conciencia de la Historia, Escritura contra el Poder, libro de Luz Marina Rivas)


Por Beatriz González Stephan


Papá suele decir que este pueblo está hecho del olvido, nació del olvido, vive del olvido, el olvido es su forma de vida.

Solitaria solidaria, de Laura Antillano



En alguna parte leí que la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido

Memorias de una antigua primavera, de Milagros Mata Gil.

Hasta la década de 1960 los individuos nacían y maduraban en un medio que no cambiaba radicalmente, ni cada década ni, tan siquiera, de una generación a la siguiente. Ahora no funcionan ya las antiguas formas. Hay una crisis del modelo acumulativo de vida.1 El advenimiento de una nueva cultura y una nueva temporalidad, cuyos cuatro pilares, entre otros, son la tecnología audiovisual, las computadoras, la energía nuclear y el control genético, han provocado una crisis de significado y de visión social, así como una pérdida de identidad. Ante la crisis del tiempo acumulativo y lineal, la homogeneización cultural y social, el monoteísmo de los valores, el saqueo del ambiente y de la economía por el dominio tecnocrático, la eliminación del papel local en la toma de decisiones, se elaboran varias contra respuestas culturales. Se renuevan viejos nichos culturales, como la vida rural, el lenguaje de los antepasados, la comunicación oral, la noción de raíces. Se busca refugio en lo viejo, como manera de lograr un reconocimiento de la diversidad humana y la invención de nuevas formas sociales. Pero estas alternativas, estas estrategias de alivio, son la expresión de grupos minoritarios.

A esta sintomatología generalizada de la tardomodernidad, habría que agregarle el plus de cada región en particular, de acuerdo al modo cómo ha insertado y resuelto la problemática de sus procesos histórico-sociales en virtud de la compleja agenda del proyecto modernizador y de su eventual disolución en estos tiempos. El saldo actual de la contemporaneidad venezolana está signado por el fracaso, derrota y últimamente descrédito de una serie solapada de proyectos políticos que -independientemente de su cualidad ideológica- se reconocían igualmente en la Razón Ilustrada, y que, por otras razones no menos serias, han demostrado su ineficacia. El desencanto y el escepticismo son componentes decisivos de las sensibilidades que miran, ahora desasistidas de utopías, un presente desarticulado y un pasado diluido. El mito del progreso, acelerado por la vorágine petrolera, los petrodólares, la petrocultura, agilizó la inserción del país en el uso compulsivo de patrones consumistas de existencia, provocando también una progresiva liquidación del pasado, de su historia, y, puntualmente, de la red del tejido simbólico de referencias en el cual una determinada sociedad se reconoce y puede aglutinarse entorno a ciertos modelos identitarios. Si a esto le sumamos la violenta devaluación en la última década de aquellos aspectos todavía sólidos de la realidad nacional -para recordar someramente: la debacle bancaria, la poblada del 27 de Febrero, los golpes de estado, los juicios inconclusos de las presidencias de la República, los niveles de corrupción, el desborde de basura, delincuencia y enfermedades, la falta de agua- lo que queda es una especie de vacío de categorías de dónde asirse, y, por otro lado, paradojalmente la cólera de las voces que no se resignan a esta desarticulación social: voces de resistencia sobrevivientes en las fisuras de una historia oficial tan invalidada como el poder institucional que la sostiene.

Son las voces -y a ellas me voy a referir- que, desde posiciones subalternas, erigen con su trabajo una posibilidad vertebradora de los fragmentos residuales de una cultura atomizada.



Aunque la metáfora biológica no decide el carácter hegemónico o subalterno del sujeto masculino o femenino, destacan con un perfil lo suficientemente incisivo para detenerse en él, el conjunto de novelas publicadas en esta última década por Laura Antillano (Perfume de Gardenia, 1982; Solitaria Solidaria, 1990) 2 Milagros Mata Gil (La Casa en Llamas, 1989; Memorias de una antigua primavera, 1989; Mata El Caracol, 1992) 3 Y Ana Teresa Torres (El Exilio del Tiempo, 1990; Doña Inés contra el Olvido, 1992) 4 , corpus narrativo, que, independientemente de las diversas estrategias usadas para representar la mujer como los nudos de tradiciones personales y colectivas, encara, de manera casi orquestada una re-escritura de la historia, pero desde ángulos que comprometen la recuperación no sólo de tradiciones desdeñadas, de sujetos silenciados (femeninos sobre todo), sino también las texturas culturales que yacen por debajo de las historias oficiales.

Uno de los dispositivos detonantes de esta preocupación por recuperar el imaginario histórico desde la plataforma ficcional es el carácter mutante del sistema de referencias espaciales, básicamente de Caracas, pero también del país: País portátil acuñó en su momento una metáfora lucida de una nacionalidad volátil:

Cuando fui al centro ... me parecía que estaba perdida en una ciudad desconocida... hasta que vi que era bien sencillo, estaba en la esquina y las Residencias no las veía porque las habían tumbado y en su lugar se levantaba un edificio inmenso... Fue como quedarme sin paisaje, como si las máquinas demoledoras hubieran arrasado con nosotros... como si el tiempo o las máquinas de demoler fueran lo único que tuviera en este país una cualidad democrática... como si debajo de los escombros estuviéramos nosotros. (El Exilio del Tiempo, 223)

El desarraigo que ha producido el crecimiento hipertrofiado de la ciudad, el vértigo de sus cambiantes arquitecturas y escenarios, ha dejado a la colectividad sin puntos de referencia que puedan explicar su proceso en el tiempo. La velocidad de las mutaciones aniquila la vivencia de un centro imantador de sentido. Por ello, el gesto de una narrativa con el aliento de restablecer una especie de macrorrelato fundacional (gesto por demás arcaico dentro de las postmodernidades) es un modo de sobrevivir en un paisaje urbano que socava cualquier permanencia. Una ciudad movediza y la percepción de un país devastado, constituyen el marco de fondo de estas novelas: la consistencia irreal de sus proyectos, la artificiosidad de su bonanza, la naturaleza travestista de sus actores, la usurpación de sus tierras y riquezas, el olvido de sus víctimas:


Todo fue como una aparición o un espejismo: acabó sucumbiendo ante la voracidad de los olvidos. Los extraños arrasaron los privilegios y cada vez se erigieron en amos: eran políticos, técnicos, artistas: eran todo. Ellos se adueñaron de la historia y de los recuerdos, pero equivocaron las fechas y las palabras... Pero nada volverá. Ésta es una ciudad sin huesos... Miremos en derredor: ruinas, odio, ambición, corrupción y sangre: ésas son las pautas de esta historia... Y ahora, cuando se han cumplido cincuenta años, sólo los sobrevivientes se aferran a los palos del desastre, sin querer salvar realmente la memoria del avance indetenible de la disolución.( Memorias de una antigua primavera, 77, 81, 9)

Tema central en Memorias de una antigua primavera, y contexto inevitable en las demás, ha sido el presente de la Venezuela petrolera la que, por procesos de mimetización con modelos foráneos (lo que se reconoce como miamización) y una riqueza fácil y descontrolada, ha inundado el espacio nacional con una serie abigarrada de imágenes que han terminado por obturar lo que quedaba como legado de la tradición. Cancelado el período saudita, la sensación de vacío y amnesia aparece descarnada, y urgente la re-fabricación de uno o varios tejidos que puedan operar como reemplazo (en el sentido de Ersatz) de una historia borrada que sirva de plataforma de balance para repensar (se) como sujetos sociales también dentro de nuevas coordenadas. (5) La narradora que cuenta y escribe la novela que leemos como El Exilio del Tiempo, cuando niña, le había entregado al Tiempo toda su herencia familiar (cosas, conversaciones, fotos, las sombras de los tíos, las historias de los abuelos, la casa); así se había quedado como única sobreviviente del naufragio; el Tiempo, perverso “implacable”, “insaciable” “la fue dejando sin pasado”, “condenada al silencio”: exiliada del tiempo. Entonces la escritura se convierte en una labor titánica porque le tiene que hacer frente -alegóricamente hablando- a una instancia antropofágica (instancia androcéntrica que resume tradiciones patriarcales y prácticas culturales falocéntricas), en este caso al Tiempo, en otras al padre, al Estado, que se ha fagocitado las identidades. La escritura es así un reto contra este vacío, un acto de rebeldía de subalternos críticos, cuyo compromiso político en este espacio despolitizado es re-narrativizar esta realidad perdida:

Y después, frente a frente con el tiempo, tendría que arrancárselo, desgajárselo, despojárselo, para que una a una me devolviera mis ofrendas, aunque con polvo, incompletas ... recoger con tristeza lo que el tiempo había hecho con ellas, unos pedazos desarticulados, unos muñecos sin voz, unas hojas separadas de un libro desencuadernado era eso lo que el tiempo me devolví... Entonces me senté y escribí la primera frase de una novela... (263)

El problema de la escritura como el modo que se tiene para retener y rehacer los signos de una realidad e historia desvanecida es punto neurálgico en todas estas obras. Al tiempo que la misma escritura reconstruye hacia atrás y adelante, orígenes y decadencias, reestablece genealogías, devela secretos, descubre paralelismos entre pasados y presentes, testimonia: UNO, el carácter meramente ilusorio, convencional de esta fijación, que sólo satisface al imaginario (“Quería indagar en esa desintegración lenta y fatal de nosotros mismos y el mundo que nos rodea, en busca de los orígenes, los gérmenes... solo soy una pobre narcisista que se mira (o pretende mirarse) en las palabras que escribe y que tampoco sirven. Porque son meros fragmentos de algo que tal vez un día fue grandioso y callado, pero que hoy es grupo de escombros... No puedo reconstruir los muros del templo”, Mata El Caracol, 153-4); DOS, la necesidad de una articulación coherente de los fragmentos para saber(se), por ende, la escritura de la historia es una forma de conocimiento (Zulay en Solitaria Solidaria es profesora de historia, y a través de la investigación documental que realiza sobre el guzmanato, descubre los manuscritos inéditos de Leonor Armundeloy, que le permiten conocer que hubo otras historias de rebeldías y resistencias en la Venezuela finisecular); TRES, lejos de todo pasatismo, la reconstrucción del pasado no significa su nostalgia (“era mejor que demolieran la casa sin nostalgia y pudieran construir sobre el solar una nueva historia”, puntualiza esta narradora de El Exilio del Tiempo, 261); CUATRO, al no ser una reconstrucción edulcorada, permite, mediante un proceso de extrañamiento, expresar aspectos recuperables que sirven para reestablecer identidades subalternas (de mujeres, de obreros), reconocer fracasos, frustraciones y etapas marcadamente postizas de la historia nacional (“Esta fue una ciudad donde la vida floreció intensamente. Esta fue una gran feria de disfraces: todo a nuestro alrededor era fantasía, decorado, música, luces, y nosotros teníamos un arcón repleto de máscaras y trajes que cambiábamos e intercambiábamos según nuestro vertiginoso capricho... todo era el espejismo de una sola ambición, Memorias de una antigua primavera, 196-7); Y CINCO, el trabajo de esta escritura realiza en un doble movimiento, por un lado, la recomposición de ciertos hitos canónicos de la memoria colectiva, para luego, por otro, develar su carácter enmascarador. Así, esta escritura es desacralizadora y opera como fuente de contracultura. Hace y deshace simultáneamente. Lejos de emular el mito de Penélope, que tejía y destejía para burlar el tiempo, la tela de esta narrativa recupera fragmentos, empata hilos sueltos, le da voz a los/as que no la tuvieron, coloca en perspectiva para no dejarse entrampar por los espejismos de la historia o las versiones de la historia escritas por otros.

Más allá de la figura de alguna narradora preocupada por fijar signos, la idea más plástica de cartografiar el cuerpo de la nación refuerza este sentido de recorrer/reconocer un vasto territorio no explorado; y al fijar en él un nuevo sistema de coordenadas, poder (re)apropiarse de esa geografía, y poder manejar los mapas no sólo de la historia política, la historia de las expoliaciones, sino la historia personal, familiar, porque, al fin y al cabo, también las genealogías privadas están profundamente conectadas a la historia pública del país. Por consiguiente, el mapa como metáfora de la casa-particular pone al descubierto el mapa de la casa-nación. El personaje Leonora Armundeloy cartografía en su diario su vida personal, pero el mismo también le sirve para consignar que: “Yo he conseguido iniciarme en un trabajo nuevo: la Cartografía... El gobierno va a imprimir un 'Mapa Físico y Político de los Estados Unidos de Venezuela'. Yo tengo que revisar archivos, desenrollar viejos planos y mapas, y marcar algunos caracteres en el original final que realizamos, los nombres de los lugares, montañas, Estados y Territorios, usar color azul para ríos y lagos, y para los 'accidentes' del suelo, un tono hollín pardusco (Solitaria Solidaria, 138).

Podríamos decir que uno de los impulsos que guía este grupo de obras, es el de (re)diseñar una otra cartografía histórico-cultural del país; y al igual que Leonora Armundeloy en 1883, constituirse en un gesto neo-fundacional de otras estrategias reivindicativas de otros quehaceres culturales (como la cultura popular, de masas, canciones, periodismo, folletería, álbumes, recetas, telenovelas, manuales), y, en última instancia, desde preocupaciones distintas, el trazado de una historia de la mujer nacional o al menos de una historia parcial de ella. Y es en este sentido que una serie de relaciones duales entre escritura-historia, historia-nación, nación-casa, casa-subalternos, se esbozan desde posiciones litigantes. Escrituras que luchan en contra de la amnesia de una tradición patriarcal (Doña Inés contra el Olvido), escrituras que recomponen cuadros familiares (Perfume de Gardenia, Mata El Caracol, La Casa en Llamas), escrituras que rompen pactos de silencio (El Exilio del Tiempo), que deciden desde las tribulaciones cotidianas que se resisten a la disolución: escrituras básicamente alimentadas por una conciencia en litigio cuyo compromiso pareciera ser levantar con la palabra un vasto y continuo mural de la historia venezolana para arrebatarle a la nada el aliento cada vez más breve de una narrativa que parecía ya imposible.

El establecimiento de la legalidad -lo que podría ser la correspondencia entre la letra, la casa y el sujeto- es lo que hace que Doña Inés sea emblemáticamente esa conciencia litigante de un sujeto histórico desplazado precisamente del olvido hacia la palabra viva, recobrada:

Piensas que me ha llegado el momento de callar, y que yo debo también quemar mis papeles mi voz porque no hay razones para que siga buscando mis títulos de composición. Pues no es así... Debo seguir hablando para que sepas... puesto que únicamente me queda mi voz, permaneceré para relatar la destrucción. Escucha, de mi profunda memoria el destino de nuestro linaje. (Doña Inés contra el Olvido, 95)

Voz solitaria y despierta frente a un escribano que transcribe fiel los signos del tiempo (“sabes que soy una mujer sin letras que únicamente aprendió a leer y a Garabatear unos palotes desmayados todos mis escritos fueron obra de escribanos”, 91) y un, marido, interlocutor muerto y desmemoriado (“¡pero qué mala memoria tienes! No te preocupes, yo estoy aquí para refrescártela; la memoria...”, 134). Del mismo modo las dos protagonistas de los dos finales de siglo, Leonora Armundeloy y Zulay en la novela de Laura Antillano son conciencias críticas solitarias no sólo frente a los procesos políticos dictatoriales del país, sino también aisladas (raras) en tanto marca sexuada (femenina) que asume para sí un discurso que desborda los linderos de la simple agenda doméstica y es capaz de convertirse en un sujeto que trasciende su propia subjetividad, y constituirse en agente de la historia pública a través de la escritura de esa misma historia: Leonora porque trabaja en una imprenta y fija en la letra de los periódicos de la época la otra faz de los acontecimientos; por ello la hacen presa y silencian por siempre su voz. Por el otro lado, Zulay, como profesora de historia, al exhumar de los archivos la otra cara de la historia oficial, su cátedra permite darle voz a la otra voz silenciada una siglo atrás. El gesto de solidaridad tiene en este caso un doble compromiso con el género sexuado y con una cierta modalidad de la escritura de la historia.

Una de las estrategias contraculturales frente a la tradición falocrática es la inversión del sujeto depositario de la memoria, que se ve desplazado desde el tradicional eje androcéntrico hacia un posicionamiento periférico. Esta nueva locación del sujeto femenino para narrar la historia (privada y pública) adquiere en este descentramiento, por un lado, una condición de activa beligerancia, y, por otro, una cualidad contestataria, porque corrige omisiones y desvíos de las versiones oficiales. Quien recuerda, sabe, explica, comprende, testimonio y asienta una contra-escritura (vs. las Cédulas Reales, los documentos jurídicos, Gacetas Oficiales, libros de historia, discursos políticas de personajes masculinos públicos) es una mujer, Doña Inés (y en otros casos tendríamos sus equivalentes en las figuras de Zulay, Leonora, Adriana, Betty, Armanda, Eloísa).

La reubicación antropológica del punto de vista permite una inversión de los roles tradicionalmente asignados a los sexos en relación a la producción de un saber que excede el espacio doméstico -el hogar familiar-, básicamente signado por su historicidad, y una recolocación -al menos en este corpus narrativo- del sujeto femenino como instancia clave en la vertebración de una historia pública-nacional -que el imaginario colectivo de los tiempos modernos ha desechado- con líneas de las diversas historias privadas y familiares de cada personaje:

Alejandro, ¿qué haces que no te levantas?... ¿Qué haces dormido como un tonto?... Eres un muerto tonto, Alejandro, eres un muerto inútil, un muerto abandonado a su propia muerte... Unicamente yo veo en la oscuridad porque mis ojos han muerto hace mucho, y como ojos de cadáver, se complacen en contemplar a los cadáveres, únicamente yo no tiemblo de miedo y de hambre... Yo estoy aquí para recordar el final de, la guerra que emprendimos y cantar su victoria... (Doña Inés contra el Olvido, 48, 71, 75)

Es un esfuerzo por cartografiar históricamente una tipología femenina anclada en diversas épocas de la historia del país: fundamentalmente las narradoras protagonistas desafían con otro tipo de escritura el modelo patriarcal de prefigurar el deseo de la mujer subjetivada, la mujer puro sentimiento y sensibilidad, atrapada en las redes de un Yo psicologizado, ciega de pensarse más allá del sí mismo. 6 Tanto el modelo de la mujer doméstica como la mujer independiente emergen en estas páginas en un esfuerzo por recuperar la historia de la casa familiar dentro de un escenario político-social más amplio, que no separa lo público Y lo privado como dos espacios que la ideología burguesa ha configurado en tanto sexualmente diferenciados. En este sentido, estas obras -con diversos matices- proyectan un doble esfuerzo: por una parte, reescriben desde un locus enunciativo politizado el carácter represivo, incestuoso y endogámico de la casa paterna y su desintegración en un tiempo presente:

Con el tiempo, la Casa había adquirido un aspecto estéril. Sus muros frontales, primorosamente pintados de verde un día, se habían ido destiñendo, se habían ido llenando de parches de un hongo gris y profuso que parecía comerse las paredes a pedazos... Porque Felipe Guzmán, mi padre, fue el caudillo entre aquellos hombres crueles y terribles que hicieron su fortuna a fuerza de rezumar la sangre de sus látigos y sus puñales y empaparse del olor a pólvora y de los gritos de los condenados... No quiero que relaten otra vez esas historias... Quiero hacer una hoguera con todas esas edades, borrar los desvaríos de fantasmas llenos de amargura... Hemos llegado a este juego atroz donde se estira la memoria acorralándonos de muros y recuerdos... (La Casa en Llamas, 23, 59, 73 )

y, por otra parte, el trazado de puentes que articulan la historia de la casa a la historia del país, a ciertos ejes de la historia oficial, también marcada por signos de poderes falocráticos.

Estas narrativas, al interconectar la Casa con la Nación, reestablecen el carácter político de la división de las esferas pública y privada, particularmente reintroduciendo la naturaleza histórica y no eterna de la vida familiar y de la mujer.

Lejos de un regodeo nostálgico en el pasado patriarcal -a menos que éste esté funcionando a contrapelo de la absoluta historicidad de las sensibilidades contemporáneas-, la necesaria escritura y fijación de la representación de la casa patriarcal, creo que debe apreciarse como una operación exorcizante de la misma escritura, que a la vez plasma y objetiva en la letra una representación simbólica que es de urgente superación para una nueva configuración del sujeto femenino, liberado -a través de un ejercicio autobiográfico escritural- del deseo cosificador masculino. La escritura misma produce el re-cuento del núcleo patriarcal (todos buscan la línea paterna, el hilo de la línea paterna: el sendero de la estirpe... Y te confieso que no sé cómo empezar al asunto sin convertirlo en un recordatorio de fantasmas familiares... el encierro verbal, el hechizo, los mil pliegues destinados a la acumulación de evocaciones y reflexiones, cuyo espesor indica las vertiginosas fluencias de un tiempo que se encierra, se desenrolla a partir de un centro... máscaras sucesivas: caracol, Mata El Caracol, 15); pero simultáneamente su fijación-disolución-liberación. La escritura, en una dirección, conjura los demonios de una tradición castradora, y, en otra, se esgrime como una máquina productora de un sujeto subvertidor que se desplaza, en una nueva vuelta de tuerca, del margen a un también nuevo centro anunciador de sentidos. La lucha del poder interpretativo femenino rediseña las subalternidades al desconstruir los ejes hegemónicos de la cultura (padre-casa, caudillo-Estado, genealogías-guerras).7

La visión recuperada del sujeto femenino le permite sacar a la luz los residuos opacos olvidados entre los pliegues de la historia oficial. Así, por ejemplo, en boca de Doña Inés la Guerra de la Independencia ya no es ese mural de victorias y derrotas de un elenco masculino presidido por el Padre de la Patria, sino también la dolorosa narración de sobrevivencia de los que se quedaron sin nombre: mujeres, niños, ancianos, esclavos, que entre el hambre, la lluvia y el barro, huyen aterrorizados en un lamentable éxodo hacia el oriente del país, Como un vasto contracanto en simétricas proporciones heroicas a la imagen que los historiadores han fabricado de los héroes masculinos, estas páginas re-focalizan la magnitud de la gesta bélica hacia el plano de la masa anónima que la historia oficial ha ignorado, sin embargo, capital en la vida social y economice del País. Pareciera que solo una mirada subalterna -descentrada- puede rehacer otra historia: “Unicamente yo veo en la oscuridad porque mis ojos han muerto hace mucho” (Doña Inés contra el Olvido, 75).

Desde la muerte, Doña Inés puede dar vida en su escritura-memoria a todas las sombras-cadáveres olvidadas por la historia. El gesto autobiográfico femenino en tiempos postmodernos (en forma análoga Hasta no verte Jesús mío, 1969, y Tinísima, 1992, de Elena Poniatowska; Si me permiten hablar..., 1977, de Domitila Chungara, para mencionar sólo algunas) no tiene ya mucho que ver con el bildungsroman de una vida ejemplar; sí más con la relación de un caso representativo de una comunidad marcada por su ninguneamiento étnico, sexual, regional, laboral, político, etc. Es el sujeto que habla en nombre de un grupo; es el Yo de un nosotros, independientemente si su formalización no se corresponda con la narración en primera persona. Por ello, poco importa si los personajes remiten a figuras históricas “reales”; su carácter enteramente ficticio favorece la producción de un poder -el de la palabra- para hablar por otros de su misma clase.

También esta nueva modalidad autobiográfica apunta a: uno, demitificar el sujeto masculino moderno hacedor de una historia nacional, que finalmente resulta una historia inauténtica, baile de máscaras, llena de poses, de usurpaciones y exilios:
Cierto que la ciudad alcanzó momentos de gloria, que hubo el intento de construirle un pasado... Todo fue como una aparición o un espejismo: acaba sucumbiendo ante la voracidad de los olvidos. Los extraños arrasaron los privilegios y cada vez se erigieron en amos: eran políticos, técnicos, artistas: eran todo. Ellos se adueñaron de la historia y de los recuerdos, pero equivocaron las fechas y las palabras. Levantaron la Carta Astrológica de una ciudad fundada el 23 de febrero de 1933, y esa ciudad nunca fue fundada y nunca ha existido. Mintieron, pues, y atrajeron con su mentira otras maldiciones...( Memorias de una antigua primavera, 77)

Dos, despojar al sujeto femenino -mediante el gesto catártico de la escritura- de una historia incómoda y de un pasado enajenante; y tres, el esfuerzo por reconstruir un sujeto subalterno hecho pedazos, fragmentado, roto, y reestablecer su identidad genealógica. No es casual que este conjunto de obras estructura sus estrategias narrativas echando mano tanto a formas fragmentadas (Mata El Caracol, Memorias de una antigua primavera, Perfume de Gardenia) tan caras a la cultura del álbum femenino (De ella quedan algunas fotografías en el álbum familiar, y los recortes de periódico donde he seguido sus viajes por el mundo y sus andanzas. Quedan los cuadernos de sus primeros poemas y los libros de su primera Biblioteca. Yo intuyo [sé que en esos mínimos vestigios está el secreto del tiempo y la posibilidad de rescatar la memoria, Mata El Caracol, 62), como también recuperando el macrorrelato -en tiempos de su efectiva disolución- como gesto fundacional de otra tradición. La insistencia en la reconstrucción del árbol genealógico familiar en las novelas de Ana Teresa Torres ilustra el esfuerzo por desmentir el “fin de la historia”.

Por otro lado, si se reflexiona sobre los fenómenos de la ruptura, la anomia, la amnesia, y las crisis engendradas por los rápidos cambios experimentados por los participantes en las nuevas formas de vida, la historia de vida (y me refiero a estas narraciones ancladas simbólicamente y formalmente en un Yo autobiográfico), puede permitir la identificación de la elección de ciertas estrategias utilizadas para mitigar el desequilibrio y el desorden de un cambio demasiado rápido. La selección del método biográfico (narración en Yo, diario, el género epistolar, estructuras narrativas en forma de diálogo, monólogo, soliloquio) se vincula con la dinámica del cambio y, por ellos no es un simple registro de prácticas culturales, sino, más bien, una revelación de interacciones, de conflictos y de posiciones sociales y políticas alternativas dentro de un amplio marco de variantes contraculturales.

Frente al horizonte de una reciente tradición narrativa venezolana claramente signada por una llamativa brevedad y laconismo del impulso narrativo -de hecho, la crítica literaria nacional ha señalado el giro sucinto que ha tomado la narrativa dando lugar a una preferencia por el cuento breve en detrimento de formas narrativas de largo aliento-8, este corpus de novelas ofrece una respuesta crítica alternativa en varios sentidos: la cantera de la intrahistoria (las historias de vidas nada relevantes) sirve como plataforma para el restablecimiento de narrativas fundacionales que satisfacen la reconfiguración de la historia del imaginario femenino; frente a la clásica novela histórica que recrea destacadas figuras masculinas de la historia oficial -recordemos las novelas de Denzil Romero, Arturo Uslar Pietri, Manuel Trujillo, Francisco Herrera Luque, Caupolicán Ovalles-estas obras no incursionan en la historia de los grandes acontecimientos, sino en la historia cotidiana, menuda, intranscendente: son así pues novelas históricas dentro de un nuevo concepto post-estructuralista y desconstructivo de la escritura de la historia; y, finalmente, frente al “relato imposible” de las recientes generaciones literarias -porque tal vez la imposibilidad factura esta situación de anomia y de desidentidad social- este esfuerzo está representando el trabajo de hilación del tejido de una memoria que se disuelve.

Como sacerdotisas antiguas, la escritura de mujer se torna en custodia crítica de la historia megalómana que se ha contado, pero también de la otra que se ha olvidado. La Casa paterna como emblema de un espacio simbólico de un proyecto de nación (más hecho de mentiras y traiciones) queda en estas paginas demolido: a la manera de una terapia psicoanalítico, la (recomposición del pasado no atiende necesariamente a nostalgias sino catarsis liberadoras.

Hay que enfrentarlo, sexualizarlo, saber que es básicamente un pasado hecho de acuerdo a la fantasía falocrática que ha controlado las imágenes del poder interpretativo de la palabra. La partida hay que peleársela a este tiempo antropofágico (masculino) que se ha canibalizado los retazos de otras historias. Volver a ubicarse en la historia es recoger con tristeza lo que el tiempo había hecho con ellas, unos pedazos desarticulados, unos muñecos sin voz, unas hojas separadas de un libro desencuadernado, era eso lo que el tiempo me devolvía, lo que me había prometido guardar y me había obligado a entregar, cuando yo tenía una edad imprecisa y él era un extraño. Entonces me senté y escribí la primera frase de una novela... (El Exilio del Tiempo, 263)

No se trata exactamente de una propuesta en los términos de un feminismo radical, sino lo que identifica el proyecto narrativo de este conjunto de obras es ser un contracanto frente al perfil de cierta tendencia literaria dominante de las últimas décadas (la fragmentariedad, el hermetismo, la disolución del sujeto, la des-referencialidad), y ofrecerse como un tejido imaginario alternativo. En un sentido equivalente a la labor soterrada y de resistencia que realizaron las arpilleras durante los años de las últimas dictaduras de nuestro continente, la materia prima que infunda el cuerpo de esta narrativa son los retazos desarticulados que fueron quedando al margen de una historia nacional igualmente atropellada por los mecanismos invisibles del poder. (*)

(*) Este papel de trabajo fue presentado en el Simposio Literatura Venezolana Hoy, realizado en la Universidad Católica de Eichsttät, Alemania, en 1996


Notas y Bibliografía

1. F. Laplantine entiende por modelo acumulativo “el ideal de una sociedad en la que su conocimiento memorizado y capitalizado no se cuestiona todavía, así como un tipo de relación con la historia que se entiende como un legado que debe ser transmitido y un pasado que ha de ser cultivado y al mismo tiempo transformado”, citado en “Praxis antropológica e historia de vida” de Francoise Morin, Historia oral, de Jorge Aceves Lozano (comp.). México: Instituto Mora y Universidad Autónoma Metropolitana, 1993. pp. 83-113.

2. Laura Antillano, Caracas 1950. Citamos de estas ediciones: Perfume de Gardenia (Caracas: Seleven, 1984); Solitaria Solidaria (Caracas: Editorial Planeta Venezolana, 1990, Finalista del Premio Miguel Otero Silva de Novela 1990).

3. Milagros Mata Gil, Caracas 1951. Citamos de estas ediciones: La Casa en Llamas (Caracas: Fundarte, 1989); Memorias de una antigua primavera (Caracas: Editorial Planeta Venezolana 1989 Ganadora del Primer Premio Bienal Miguel Otero Silva 1989); Mata El Caracol (Caracas: Monte Avila Editores, 1992).

4. Ana Teresa Torres, Caracas, 1945. Citamos de estas ediciones: El Exilio del Tiempo (Caracas: Monte Avila Editores, 1991, 2da ed.), Doña Inés contra el Olvido (Caracas: Monte Avila Editores, 1992).

5. Como ha señalado Freddy Raphael “el amor por el pasado y la resurrección de la tradición representan, con frecuencia, una sensación de pánico ante el rápido cambio, un deseo de esconderse bajo las faldas de la abuela “como si fuese otro mundo”, un temor a perder los baluartes y los apoyos necesarios para mantenerse firme contra el flujo de cambios que inundan este siglo. Negarse a cortar el cordón umbilical con el pasado constituye un intento por huir de la muerte”. Citado por Françoise Morin op. cit., P. 84.

6. Ver Deseo y ficción doméstica. Una historia política de la novela (España: Ediciones Catedra, 1991) de Nancy Armstrong.

7. Ver. Las Conspiradoras La representación de la mujer en México (México: Fondo de Cultura Económica y El Colegio de México, 1994)

8. Ver El relato imposible (Caracas: Monte Avila Editores y CELARG, 1991) de Verónica Jaffé. Y “Narrativa 80: discurso populista e imaginario social en la Venezuela Petrolera”, en Letras Caracas Nº 47, 1980, de Beatriz Gonzalez. También “Sistema narrativo e imaginario social de la Venezuela petrolera”, de Beatriz González, en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Lima/Pittsburgh, Nº 29, 1989.

LAS RAMAS DEL ÁRBOL: UNA VISIÓN DE LA NARRATIVA VENEZOLANA



Las ramas del árbol: una visión de la Narrativa Venezolana


Milagros Mata Gil

Uno suele enfrentarse, o suele ser enfrentado, a las circunstancias de la Narrativa Venezolana, desde una posición de profundo pesismismo. Hay una especie de regodeo en el hecho de negar no solamente su proceso sino hasta la existencia de ese proceso. Los volúmenes de los estantes desaparecen, entonces, ante esa avalancha de afirmaciones de negación: no existe y, por lo tanto, )para qué mencionarlo? En el peor de los síntomas, en algunas oportunidades son los mismos protagonistas de esa circunstancia Narrativa los actores de la negatividad, reforzando la intención y el deseo de los críticos.


Eso sería comprensible si uno solamente se enfrentara a un fenómeno de veinte o treinta años. Se comprendería que la cercanía de los hechos que componen ese fenómeno tendieran a pasar desapercibidos para esos espectadores desprevenidos por la costumbre de lo legendario y por el respaldo de una escritura que confirme la escritura. Pero no resulta demasiado claro cómo se omite el lapso transcurrido entre la mitad final del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, para citar un período, tomado al azar. No resulta lógica la percepción de cómo se omiten los ejercicios, las transformaciones, las reflexiones y, sobre todo, las producciones que el contexto histórico de una nación llamada Venezuela produjo durante ese lapso. )Es posible omitir el trabajo de personas como Eduardo Blanco o Manuel Vicente Romerogarcía?)Es posible obviar lo que el pensamiento político de Juan Vicente González y la convicción estética del Modernismo influyeron sobre el acontecer narrativo de un país que, en formación, necesitaba que sus narradores se relacionaran íntimamente con la sociedad magmática que los proveía de temas y de ritmos?)Cómo se obliterarán desde el punto de vista estrictamente científico los hitos, los marcadores de la escritura narrativa que son las producciones de Manuel Díaz Rodríguez, Teresa de La Parra, Rómulo Gallegos, Enrique Bernardo Núñez, Guillermo Meneses y Alfredo Armas Alfonzo? Eso lleva, por supuesto, a plantear el problema de la naturaleza de la crítica literaria que se desarrolla en el país.

Se supone que una crítica científica, como suele ser la que se aspira en el espacio crítico literario, debe tomar en cuenta no solamente el texto en cuanto tal, sino también los contextos que le dieron origen y consistencia. La aspiración de la trascendencia no permite omitir impunemente los elementos paratextuales: la historia que transcurre, la biografía personal del autor, sus neurosis, y la manera de interpretar estética y epistemológicamente la realidad que está imperando en ese instante de la producción. Todo eso va constituyendo lo que se pudiera llamar una especie de saber narrativo cuyos cambios se van percibiendo en la asunción secuencial y ordenada de los productos dentro del fenómeno llamado Narrativa, sea ésta representada como cuento, como novela o como alguna de las mixtificaciones que utiliza con éxito la estética escritural contemporánea. El problema es que como cada crítico se lee a sí mismo, en primer lugar, en ciertas oportunidades, harto frecuentes por lo demás, les resulta difícil a los que caen en esa trampa, salir della ilesos y con deseos de acometer el reto textual que, frente a la particular experiencia, se presenta árido.

Hace apenas diez o doce años, un autor como José Balza solía ser insufrible para los críticos literarios y los comentaristas de libros. La condición meándrica de su escritura, los recovecos psicológicos de sus personajes, el juego de penumbras de sus situaciones, lo convertían en un texto alejado del lector, incapaz de atrapar su atención y, por ende, en un objeto no analizable, ni considerable dentro del trabajo crítico. En la actualidad, la situación parece estar cambiando: cada vez más hay una crítica académica que se acerca a esa escritura, un deseo que lleva al lector más inocente: al tesista de pregrado, por ejemplo, a convertirse en explorador de esas redes remolinosas y de esas atrayentes penumbrosidades. Antes, había pasado con autores como Enrique Bernardo Núñez y Guillermo Meneses. Una larga historia de incomprensiones contemporáneas parece haberse establecido entre el texto que se produce en una época y los críticos de ese texto.

Tampoco es cierto a rajatabla lo que se afirmó en el párrafo anterior. En el año de 1995 se estableció una especie de pacto no escrito entre ciertos investigadores para llevar la Literatura Venezolana a los foros críticos. Hay un esfuerzo interesante que se está haciendo en ese sentido. Hay una valorización real de lo que se produce literariamente en el país, sobre todo en el ámbito de la Narrativa, realizada por gente que trabaja con seriedad, con espíritu científico, venciendo los fantasmas, los prejuicios y las personales frustraciones. Venciendo, inclusive, las simpatías o antipatías personales, para dejarse llevar solamente por la empatía textual. De hecho, hay una fuerte tendencia entre los núcleos críticos académicos por dar sistematicidad al conocimiento sobre la producción literaria nacional y, cada uno desde su sector y su perspectiva, hace el intento por construir un territorio crítico amplio y abierto a cualquier otra exploración. Abierto dentro de los términos de la libertad y el gozo.

El problema reside, principalmente, en que la crítica académica no tiene la suficiente difusión como para tener influencia en el mercado editorial y, por esa vía, dar un espacio al texto en el imaginario de eso que se llama el gran público: los lectores en general, el grupo de los que consumen libros, no solamente aquí, sino en el continente de hablas similares que nos rodea, en el universo de hablas distintas que reside más allá de las fronteras de la lengua. Si ése es el problema, la cuestión está en buscar una solución. Quizás las globalizaciones o las intercomunicaciones puedan aportarla.

jueves, 4 de abril de 2013

LA MIRADA PARSMONIOSA, MIGUEL ÁNGEL CAMPOS

EL NACIONAL - Domingo 31 de Marzo de 2013 Papel Literario/5

(Publicado en el Papel Literario de El Nacional)



"Como ves, querido hermano, la fábrica de papel manchado JEM sigue en actividad", tal es la dedicatoria que Julio Miranda estampó en alguno de los varios libros suyos que tengo dedicados. Al principio parece frase de quien es fácil para el autosarcasmo, pero luego queda claro: es la declaración de una vocación. Todo lo leyó, todo lo anotó, en cuanto a cine y literatura resulta un arqueólogo abriéndose paso desde la novedad y el recuento; fijó, entre el compendio y la absoluta libertad del gusto, un estilo de crítica de registro, suma y dictamen a la vez.

Cuáles serían sus impresiones de hoy, seguiría fiel a su hábito de inventariador, tengo una única certeza: nada le sería indiferente. Aunque llevaría a su máxima potencia esa capacidad personalísima de sentenciar en un par de líneas lo incidental, lo aleatorio, esa producción sin genealogía, usual en épocas de mucha tinta y poca imaginación, carente de conflictos naturales. Ese "papel manchado" pudiera aplicarse, en su real sentido irónico, a la rutina editorial de estos días, sobre todo para una manera de política pública empeñada en producir escritores instalando imprentas. Así como los buhoneros y barrenderos se descubrieron aptos para ser médicos y abogados, cualquiera que asista a un acto cultural es candidato a "autor". Pero nuestros libros de valoración, "sentenciales", parecen haberse escrito al final de un período, no tanto observación forense como ajuste de una cultura ¬la recensión tal vez ejercite al crítico pero no es lo que se espera de él, a menos que doctrina y juicio vayan de la mano.

Tenemos una tradición que es más de grandes críticos que de oficio heurístico docente, aquella ha florecido al amparo del ensayo, sobre todo ¬cuanto no cabe entre Filosofía de la composición (Poe) y Amor y muerte en la novela norteamericana (Fieldler). Desde Motivos hispanoamericanos, 1931 (Arroyo Lameda) hasta Estudios de literatura venezolana, 1941 (Picón Salas), se ha tratado de balances concentrados en la tensión del pensamiento mismo de una cultura. Libros como Literatura de la tierra baldía (Eduardo Gasca), Lecturas críticas (Gustavo Díaz Solís), Proust (Juan Nuño), Baudelaire (Victoria de Stefano), ya de ascendencia académica, de alguna manera tienen en aquellos, en su solvente aproximación al ecumenismo, un antecedente de esa potencia reductora propia de toda escritura de sanción, organizadora de sus propios riesgos.

Jesús Semprum, Rafael Angarita Arvelo, Julio Miranda, Oscar Rodríguez Ortiz, por ejemplo, ejecutan una obra que corresponde más a la elección que al seguimiento.

Hacia los años setenta parece estar consolidada la llamada crítica universitaria, armada de instrumentos verificables, un escenario académico y administrativo, ha estado a la altura de las condiciones que lo institucional ha generado, con sus "hipótesis de lectura", ajustes de la periodización y aún su recelo del "crítico gendarme".

Si la abundancia distrae, y como democratización necesita más que elecciones, ediciones, quise decir, del estatuto académico, esperamos adecuadas iluminaciones ¬de esta victoriosa disciplina traigo dos nombres que me parecen característicos: Carlos Pacheco y Carlos Sandoval. Pero también el crítico-docente debe considerar la arqueología para sustanciar su expediente del día, si atiende la novedad también debe estar a la altura de la estabilidad de las conclusiones del canon. Su eficacia suele ser más clara cuando se ocupa de procesos y vanguardias ¬prueba de la abundancia de recursos para leer el correlato¬, pero hay pocas revaloraciones de obras que resulten luminosas.

Si la actividad editorial ha crecido, esto debería ser una buena noticia para lectores y crítica, aquellos tendrán acceso a la lectura a bajo costo (sube la oferta, baja el precio), ésta puede deshojar la margarita.

Esto sería en caso de tratarse de producción de zapatos, por ejemplo; pero la literatura no es economía, aunque pueda depender de políticas públicas, y aquí podríamos recordar gratos episodios. Monte Ávila y Fundarte estimularon nuestra literatura y ampararon la obra de autores que quizás se hubieran deprimido o perdido. Hicieron la tarea de reunir la gestión natural de escritores y lectores en un escenario de intercambio y modelación de las ideas. Tuvimos también una manera de crítica electiva, una especie de boom de la traducción, explorado por las ediciones de la UCV desde los cincuenta, proseguido por Monte Ávila. Por ahí anda un catálogo precioso de autores traducidos con carácter forense y especialmente para esta editorial, y cuyos derechos estarán perdidos: Leszke Kolakowski, Jean Servier, Leonora Carrington, Alan Burns, Harold Bloom, Naipaul, Leslie Fiedler, Harold Rosenberg, abruman nuestro cosmopolitismo postsesentista de rigor y ecumenismo. Hoy se dedica un esfuerzo a imprimir ediciones de autores que son parte de la formación casi instintiva del escritor en un afán de mostrar que estos editores sí saben qué es la gran literatura.

Incurren así en dos necedades: creer que los escritores no leen a los clásicos porque en el país no se editan, que los jóvenes se sumergirán en un baño de genialidad al sólo contacto con las tapas de una mala edición de Rimbaud. Mientras tanto, el país se cierra a la importación de libros. Las Librerías del Sur exhiben una monótona línea de lomos grises en sus anaqueles, las otras, novedades de hace diez años, y si usted consigue algo con cierto olor a pan fresco no se le ocurra mirar el precio porque se pondrá cianótico.

Pero tengo la impresión de que el papel machado es una cosa y la actividad de los escritores otra, no se trata de que falte o sobren las editoriales, incluso si se las confunde con imprentas. Hablaríamos de pertinencia de aquella actividad, sea como política de Estado o de grupos de vanguardia -organizados y atrincherados en torno a los intereses de la creación y siempre desde una disidencia que afirma la autonomía de la escritura. Contra lo esperado, en estos días la literatura ha tomado la necesaria distancia del correlato, inmunizada frente a sus tentaciones lo perfila sin debatirlo. Con alguna excepción (y en este caso venturosa, pienso en La patria forajida, de Harry Almela), las pasiones y el desencanto de la vida pública no se han asumido como obligación del testigo.

Teñir de circunstancia la dura elección de pensar es sin duda una desconsideración, ensimismarse por reacción u omisión siempre es medida prudente, las salvaciones ruidosas terminan arrasando con los expuestos y a veces fundando un culto de buenos y malos.

Si abunda el papel manchado entonces la literatura debe reconcentrarse, insistir en la página en blanco, soñar o tener pesadillas. Y si la crítica no se confunde con las recensiones de libros, nada dice que en estos días esté enferma, aunque tal vez sí en reposo voluntario, a la espera no ya de una generación de clásicos, como lo entendía Semprum, sino de un grado menos en ese desdén por lo intelectual que domina la vida pública venezolana en estos tiempos. Pero ella siempre debe ser totalizadora, está obligada a descubrir en la obra aquello que ésta omitió, por pudor o delimitación, su objeto no es sólo ése testimonio unitario, sino el mundo y los ecos que lo rodean, en esa medida puede situar las fuerzas invisibles detrás del autor, está obligada a ser analítica e ideológica. Y aun así, el correlato no debería emerger más que como vaga forma espectral debajo del agua somera, organizada desde exigencias antidemágogicas, toda creación debe estar de espaldas a las noticias del día, éstas sólo corresponden al entusiasmo de la versión popular de lo escurridizo, por eso la menos fiel.

Distinguir lo constante y prevenirse ante lo nuevo, parece ser esto lo necesario, lo de siempre y, sin embargo, no es suficiente cuando se trata de responder a los cargos de ausencia, entretanto la floresta se renueva. Dos libros como Hombre de aceite, de José Balza, y Sin partida de yacimiento, de Luis Barrera Linares, tan distintos y del mismo recordatorio, qué representan para la literatura del petróleo en un tiempo de abierta mala conciencia, por ejemplo. Cómo leer la poesía de Luis Moreno Villamediana sino desde los argumentos de la misma literatura, como desesperado refugio. Cuánto de vocación nacional puede haber en una obra como la de Victoria de Stefano, simétrica en su propia consecuencia, pero obstinada en su mirada casi sonámbula. Un sólido volumen como Versos predadores, de Jacqueline Goldberg, qué rumbos identifica en nuestra poesía. ¿Hasta dónde rehace Miguel Gomes la tradición del cuento con su proyecto insistente, circular? ¿Cuánto deben emocionarnos piezas deslumbrantes como Épica mínima, de Margara Russotto, y Ácimo pan del desierto, de Paúl González Palencia? Cómo extender la bibliografía de Francisco Javier Pérez, sin desbordar al lexicógrafo, el ensayo de Octavio Armand, en qué marco de la americanidad disponerlo. Novedad y actualización de cuanto la crítica pudiera hacer tal vez provenga del acecho, y no tanto de sus deberes escolares, sus ausencias no le acumularían trabajo, estaría, sí, obligada a dar testimonio de una convincente vigilia. Cuando advengan los clásicos (según la prescripción de Semprum), o sea tiempo de fumigar, de acuerdo a la ley del desencanto.

lunes, 4 de marzo de 2013

EDUARDO LIENDO, NARRADOR






Por: R.J.Lovera De-Sola
(Tomado de www.arteenlared.com , 03-05-2011)

Eduardo Liendo (1941) siempre ha sido considerado un maestro de la novela corta. Y a la vez fue, por mucho tiempo, solo el autor de un solo libro de cuentos El cocodrilo rojo (Caracas: Publicaciones Seleven, 1987.134 p.). Esto dejó de ser así al publicar Contraespejismo. (Prólogo: Luis Barrera Linares. Caracas: Alfaguara, 2007. 220 p.), colección de preciosos textos breves. En continuidad con sus trabajos dentro de la ficción minúscula ha vuelto a aparecer ahora El cocodrilo rojo/Mascarada (2ª.ed.Caracas: Alfagura, 2011.169 p.) volumen que recoge su primer libro de cuentos junto con su segunda noveleta, ya que la primera fue su celebrada nouvelle El mago de la cara de vidrio (Caracas: Monte Ávila Editores, 1973.151 p.), con la cual apareció como creador en nuestras letras.

Mascarada

Dentro del género de la nivola a El mago de la cara de vidrio siguió Mascarada (Caracas: Grupo Editor, 1978.130 p.). En esta nouvelle Liendo se volvió a apoyar en el humor.

Una primera observación que hay que hacer ante Mascarada se refiere al estilo. Al publicar esta ficción por segunda vez (1985), a siete años de su primera salida (1978), Liendo la corrigió. Aquella revisión, si tomamos en cuenta esas dos ediciones, la realizó no para alterar la anécdota sino para enriquecer la manera como fue escrita esta novela corta. Si se hace un cotejo, como lo hemos realizado nosotros, de cada una de las ediciones, se podrá dar cuenta el lector por una parte de la conciencia del lenguaje que posee Liendo quien en cada una de las correcciones de estilo introducidas en Mascarada lo que ha hecho es mejorar la forma de expresión pero siempre cambiando las expresiones de la primera impresión de su libro por otras más exactas. Así el relato ha ganado. Y es fiel testimonio de la manera como su autor se enfrenta a su instrumento expresivo.

Cuando leímos por vez primera Mascarada comprendimos como Liendo había retornado otra vez al sendero que le era propio, se había alejado de Los topos (Caracas: Monte Ávila Editores, 1975.185 p.), una novela testimonial de sus vivencias guerrilleras de los años sesenta. En Mascarada nos encontramos otra vez con aquello que singulariza a El mago de la cara de vidrio, con aquello que significaba la vuelta al camino primigenio de su escritura. En Mascarada nos topamos, y hemos vuelto a encontrarlo al releerlo, la creación de una realidad verbal fantástica pero construida a partir de lo real. Una suerte de realismo fantástico.
En Mascarada se afinca otra vez en el humor. Y en sus divertidos pasajes nos ofrece a base de lo expuesto una fantasía que se nos presenta como parodia de la realidad, como alegoría del contorno en el cual se mueve su curioso protagonista.

El corazón de aquello que se espiga a lo largo de las páginas de Mascarada no es otro que la búsqueda de identidad. En el fondo la narración nos propone una grave interrogante de orden ontológico: ¿qué somos: nosotros mismos o nuestra máscara? ¿Qué representamos: nuestra verdad o nuestra impostura? ¿Cuándo nuestra máscara se transforma en simple farsa? Y para llegar al meollo debemos oscilar como el personaje de Mascarada. Movernos desde la incertidumbre a la libertad, conocer nuestra sombra, proseguir “el arduo aprendizaje de sí mismo” (p.115). Y esto sin perder la posibilidad de “percibir el lado ridículo de todas las cosas, incluido él mismo” (p.129). Es decir, que para llegar a la plena conciencia de nosotros mismos no podemos alejarnos de las oscuridades anímicas. Y debemos percibir el significado más hondo de nuestro laberinto interior, del absurdo, de los espejismos y las mentiras. Así podremos arribar al “darse cuenta”, al descubrimiento de la plenitud vital. Debemos, como el personaje de Mascarada, huir de la falsedad, del engaño, para poder ser nosotros mismos. Y no lograremos mientras no huyamos de los espejismos, de las simulaciones.

El Cocodrilo Rojo

Eduardo Liendo es entre los escritores venezolanos que aparecieron en los años setenta uno de aquellos creadores que es necesario tomar en cuenta, cuyos escritos debemos seguir con atención. Hasta ahora su obra se compone de la novela Los topos; de las novelas cortas, un género dentro del cual él brilla con luz propia, El mago de la cara de vidrio, Mascarada, Los platos del diablo. (Caracas: Planeta, 1985.127 p.), Si yo fuera Pedro Infante. (Caracas: Alfadil, 1989. 96 p.), del mismo ámbito es para nosotros su novela Las Kuitas del hombre mosca (Caracas: Otero Ediciones, 2005.429 p.). Suyo es también el libro de narraciones cortas El cocodrilo rojo. (Caracas: Publicaciones Soleven, 1987.134 p.) también reimpreso, junto con una de sus noveletas, en el volumen El cocodrilo rojo/Mascarada.(Caracas: Monte Ávila Editores, 1992. 142 p.), cuya edición del 2011 aquí seguimos.

Un Paréntesis: Las Novelas de la Guerrilla

Aunque Eduardo Liendo es autor de dos novelas surgidas de sus propias experiencias, tal Los topos, la muy repujada y de largo aliento El round del olvido (2002, Caracas: Alfaguara, 2009.581 p.) y la encantadora El último fantasma (Caracas: Alfaguara, 2008.198 p.), trasunto de sus experiencias personales durante los años sesenta, la cuales hay que situar dentro del contexto de la lucha guerrillera. El round del olvido y El último fantasma fueron escritas tras la caída del comunismo (Octubre 10,1989). Por su parte, de su cosecha reciente, es El último fantasma sin duda el final ajuste de cuentas de los antiguos marxistas con el salinismo, de hecho su protagonista es Vladimir Ilich Lenin(1870-1924). Así a Los topos, El round del olvido y El último fantasma podemos examinarlas bajo la égida de una a generación que como lo dijo el mismo Liendo, en conversación con la periodista Lenelina Delgado(El Universal, Caracas: Septiembre 16,1982), “se equivocó soñando, el error estuvo en que nosotros no supimos interpretar adecuadamente las claves de la realidad, pero no soy un renegado del sueño, tampoco soy un obcecado que no haya sacado por los menos reflexivamente las lecciones del fracaso político”.

Escribir desde la Herida

Pero si escribir Los topos, El round del olvido y El último fantasma fue para Liendo una exigencia de su espíritu en verdad son todas estas obras surgidas, de donde sale toda obra veraz, de las entrañas de quien las concibe, porque escribimos, como ha dicho nuestra narradora Elena Arellano (1963) desde una herida. Ella lo observa desde esta cita a la gran María Zambrano (1907-1991) en Los sueños y el tiempo (Madrid: Siruela, 1992). Esto nos escribió ella (Enero 30,2011):“Lo que dije es una elaboración a partir de la idea que encontré en estas líneas, dicen así: “Esta historia, estas historias, tanto las sucedidas en sueños, como las que se desarrollan en la vigilia, no alcanzan el nivel de la realidad: tocan a la realidad en un punto, aquel de donde parten, el único suceso real, efectivo: el de la herida, el sufrimiento, el llanto. Si ha sido ocasionado por un acontecimiento, si se trata de un hecho. El resto, el ámbito o lugar donde la historia se desarrolla está bajo la tendencia que al modo de una sustancia elástica se distiende y dura, tanto en sueño como en vigilia, y hace como una nota fundamental que sostiene toda la frustrada, inconexa melodía.

La tendencia, que como tentáculo se sale, emerge de la psique, especie de queja donde se da, se apoya, el desfile de las imágenes”. Continuó su e-mail así: “Creo que toda historia que conmueve y que permanece tiene como origen, consciente o inconsciente, ese punto: el de la herida. Es ella la que nutre de fuerza la historia. Al menos, así han nacido mis libros. Y tantos personajes que vemos en la palestra sostenidos por la fuerza de una herida en su historia personal, no hay que buscar más lejos que Miraflores”. Nosotros, coincidiendo con esta bella idea, insistimos también, porque es una herida, en que siempre hemos pensado al leer y analizar las obras literarias que toda obra veraz surge de las entrañas del escritor y, desde luego, de su corazón herido por cierta experiencia.

Esto, creemos, es lo que nos lleva a una mejor comprensión de Los topos, El round del olvido y El último fantasma.

Los Novelines

Debemos, para entender lo luminosamente escrito por Liendo, también, que lo más esencial de su obra: las obras concebidas de su maestría en la escritura breve, a veces brevísima, lo cual requiere especial destreza. Lo sustancial, lo más hondo, lo más acabado, de lo publicado por él se encuentra en los volúmenes que ha construido a partir de lo absurdo del cotidiano vivir. Para componerlos se ha apoyado en el humor, actitud o posición, desde la cual se puede contemplar con mayor agudeza los rasgos del ser humano y de nuestro contorno. De ese rico filón brotó su novelín El mago de la cara de vidrio, en el cual ofreció su corrosiva visión de la alineación por la televisión. Se trata de un relato el cual siempre nos hace sonreír. Esa es de alguna forma también la génesis de sus otras obras breves.

Veinte y Cinco Cuentos

Nos ocupamos en esta parte de nuestra reseña de su libro de cuentos El cocodrilo rojo, ahora otra vez reeditado para goce de sus lectores. Sus veinte y cinco breves relatos nos permiten incursionar otra vez a través de la obra de este creador de ficciones quien a través de sus fantasías desea mostrarnos como siempre hay un más allá, un sesgo, otro lado, de la realidad que está después del mero dato realista, del registro del acaecer de todos los días. Siempre, nos dicen los protagonistas de estas narraciones, hay un doble fondo, las cosas son más complicadas, o peores, de cómo en realidad las vemos sucederse como es el caso del final del relato titulado “La valla” (p.50). Por eso todas las ficciones que nos ofrece Liendo en El cocodrilo rojo son sólo aparentemente realistas. A la vez están traspasadas por un humor particular, muchas veces corrosivo, por momentos sarcástico.

Todo en El cocodrilo rojo se cobija sobre el manejo de “la audacia de lo imaginado” (p.51) como leemos en “La valla”. Pero estas quimeras también se guarecen bajo la sombra de quien es un iluminado, todo creador lo es, quien observa más allá de la “realidad mezquina” (p.55) a lo cual se alude en “El alumbrado”, relato sobre los modos de ser de un hombre de letras, escrito como paráfrasis libre, o serie de variaciones, de “Derrota” el celebrado poema de Rafael Cadenas (ver Los cuadernos del destierro/Falsas maniobras/Derrota. Caracas: Fundarte, 1979, p.111-114) en el cual se recrea el solitario y marginal oficio de quien se expresa a través de la palabra. Y solo la tiene a ella.

Pero hay elementos en El cocodrilo rojo que también debe señalar el crítico, materiales que lo empalman con el resto de la obra imaginativa de Liendo en la cual la presencia de seres enmascarados, con identidades cambiadas o alteradas, distintas a aquellas que nos parecen las reales. Así el disfraz, la mascarada, constituye una constante en las invenciones de Liendo. En El cocodrilo rojo nos volveremos a topar con ellas. Y esto a través de diversos caminos.

El disimulo aparece en El cocodrilo rojo en formas peculiares. A veces son animales personificados como lo observamos en cuentos en donde se narra a través de un Cocodrilo, de una serpiente, de intenso simbolismo fálico, o por medio de un Cíclope en “Unilateral”. A veces las criaturas de El cocodrilo rojo cambian. En “Vanidad” un lector se transforma en la cosa que más ama: un libro. En “Carisma”, un actor toma la identidad del personaje teatral que le dio fama y de simple persona común de todos los días se trasmuta en temible dictador. En los textos de El cocodrilo rojo a veces asistimos a aspectos del vivir que parecen dramáticos pero que en el fondo son de comedia. Tal sucede en “Amorodio” o en el delicioso “Los otros fantasmas”.

Pero no sólo es la personalidad de animales lo que hace parecer a este volumen a una especie de Bestiario, no siempre son las alteraciones o lo tragicómico de todos los días. También el absurdo cotidiano aparece en sus páginas. Esto es evidente en “El sintetizador”, en donde el protagonista parece perder las condiciones que hacen de él un ser humano; en “¿Quién mato a Sheerezade?” descubrimos que para terminar con la vida de la incansable cuentacuentos “fue necesario convencerla antes, de la inutilidad de su arte” (p.83). Igual sucede en “Los otros fantasmas”, en el cual la mujer de un hombre lo compara siempre con lo que hubieran hecho en cada oportunidad los hombres que en su vida le precedieron. Y en otras narraciones aparece un tópico caro a Liendo: la simulación. Tal es el caso de cuanto acontece en “La valla”, en donde nos muestra hasta qué punto dependemos del arbitrio de lo que otro con poder sobre nosotros decida en alguna hora.

No podríamos cerrar sin algunas consideraciones sobre la forma como Liendo ha construido estos relatos. Él ha edificado pacientemente los cuerpos narrativos que ahora nos ofrece. Algunos de ellos los conocimos inéditos en otras versiones. En sus nuevas reescrituras Liendo los ha enriquecido hasta lograr darnos cuentos redondos como algunos de los que aquí hemos glosado. Tal los casos de “El cocodrilo rojo”, “Trece”, “El sintetizador”, “El alumbrado” o “Los otros fantasmas”. Pero también de la mano de Liendo salen curiosas narraciones brevísimas, un arte que dominan pocos. Tal sería el caso de “Persistencia”, de solo dos líneas, “Suspenso” o “Calistenia”.


domingo, 10 de febrero de 2013

ALFREDO ARMAS ALFONZO


Nació el 6 de agosto de 1921 en Clarines, Anzoátegui,Venezuela, - fallecido el 9 de noviembre de 1990 en Caracas, Venezuela) fue un escritor, critico, editor e historiador venezolano. Es tomado como un precursor del «realismo mágico». ArmasAlfonzo pasó su infancia en Puerto Píritu, y más tarde concurrió a sus primeras clases de periodismo en la Universidad Central de Venezuela en Caracas. Trabajó para el Servicio de Correos en Barcelona y para compañías petroleras del este venezolano. También fue corresponsal de la zona este del diario caraqueño El Nacional. Publicó una columna en este diario hasta su muerte en 1990.1 Fue fundador de la revista literaria Jagüey, y organizó y presidió la primera conferencia de la Asociación Venezolana de Periodistas.

Armas Alfonzo continuó escribiendo para varios periódicos y fundó y dirigió revistas como El Farol y Nosotros, además de trabajar para el gobierno y para la "Creole Petroleum Corporation" (compañía petrolera).

En 1949 publicó Los Cielos de la Muerte. En 1962 renunció a la Creole Petroleum Corporation y comenzó a trabajar en la Universidad de Oriente, donde creó la Dirección de Cultura. En 1969 recibió el Premio Nacional de Literatura. Entre 1970 y 1971 se desempeñó como vicepresidente del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes. En 1975 se unió como miembro de la Comisión Organizadora del Concejo Nacional de Cultura (CONAC).

En 1986 la Universidad de Oriente le confirió un Doctorado honoris causa en Humanidades, reconociéndolo por su labor literaria ejemplar, y su valorización de la cultura popular y el folklore.

Tras su muerte, sus hijos crearon la Fundación Armas Alfonzo, y se encargan de publicar y difundir su obra.

TIEMPO Y ESPACIO EN ALFREDO ARMAS ALFONZO


Alfredo Armas Alfonzo es un caso distinto. Su obra fue construida con el permanente aporte de una visión y de unos hechos transcurridos dentro de las fronteras cada vez más delineadas de un territorio específico. Sus primeros libros lo son de relatos. Posteriormente, junto con los relatos propiamente dichos, él elabora fragmentos más o menos breves, yuxtapuestos dentro de cuerpos narrativos individuales. En esos términos, la crítica lo considera como cuentista. No obstante eso, el conjunto de su obra: la reunión de todos los significados y los segmentos narrativos, convierten el cuerpo de su trabajo en una gran novela hecha de fragmentos, que en tanto epopeya, transcurre en la narración.

Armas Alfonzo se inserta dentro de la veta criollista tradicional, y pudiera vincularse específicamente al ritmo de la tradición gallegueana. Sin embargo, va asumiendo una visión distinta tanto en el uso del lenguaje como en el tratamiento estilístico de la estructura, a la vez que plantea que el rescate del espacio es, a la vez, el rescate del tiempo: no hay predominio del uno sobre el otro, sino que ambos permanecen en equilibrio, definiéndose como pareja de conceptos. Tampoco hay en el trabajo de esa espacialidad intenciones abiertamente políticas: la escritura se abre espontáneamente hacia la captación de algo que está allí, rilkeana, órfica, metafísicamente, y lo transforma en un texto nítido y esclarecedor de un paisaje absolutamente local y, en forma paradójica, profundamente universal, puesto que es mítico y cósmico. En obras como EL OSARIO DE DIOS (1969), ANGELACIONES (1979) Y LOS DESIERTOS DEL ÁNGEL (1990), hay una noción del espacio vivido/tiempo vivido que da base fundamental a una historia que podemos llamar desprejuiciadamente, patria.

En realidad, el espacio de Armas Alfonzo, las descripciones de ese espacio donde usa las voces regionales con una energía y una poesía estilísticas que refuerzan el sentido de la evocación, pertenecen al campo de las recuperaciones existenciales. El crea una saga familiar que se remonta a los días de la Guerra Federal. Héroes cuya memoria persiste en las criptas de templos coloniales. Biografías municipales, cuentos echados bajo el alero de pulperías pueblerinas. Nombres de lugares, de flora y fauna, de dulces e instrumentos, de trajes y fantasmas que se han ido perdiendo, al igual que la continuidad del ethos tradicional del país, desde hace tres cuartos de siglo. Son los suyos relatos referidos, como en Faulkner, a un territorio personal y vivido: en este caso la Cuenca del río Unare, recreada, reformulada por una voluntad que Fernando Aínsa llamaría de fundador, pero más cercanos al tono irónico y elegíaco de Edgard Lee Master. En esas condiciones, el pasado, la estirpe y la tradición son fundamentos de todo el concepto del espacio: es la representación estético-literaria de los recuerdos y del sentimiento humano de la estirpe, de la familia, de la infancia y de las regiones donde esos valores tienen su asiento.

Vista desde ese punto de vista, la técnica usada por Armas Alfonzo para la asunción del paisaje no es solamente una forma de composición estética, sino que funciona como una epistemología. Ciertamente, su creación se corresponde con una época en la literatura venezolana en la que se están asumiendo nuevas técnicas. En efecto, después de la caída de la dictadura, en 1958, hay una apertura general no solamente a las influencias de la literatura francesa, sino también al conocimiento de autores como Aldous Huxley, Virginia Woolf, André Gide, Franz Kafka, James Joyce, T.S. Eliot, y también William Faulkner, Ernest Hemingway, Thomas Wolfe, Carson McCullers, Truman Capote, así como de latinoamericanos como Juan Carlos Onetti, José Donoso, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, entre otros.

La asimilación de estas lecturas y de las propuestas técnicas que ellas planteaban presentó a los escritores venezolanos de este período la necesidad de reconvertir el lenguaje: en un caso como el de la escritura de Armas Alfonzo se da con mayor fluidez el planteamiento barroco de Alejo Carpentier: el espacio se construye sobre una base primordial de nombres y los nombres son referencias en sí y no remiten a ningún glosario, así como los adjetivos funcionan como iluminadores del nombre y no como explicaciones o justificaciones, de manera tal que nombres/palabras/espacio/tiempo e intencionalidad son todos elementos constituyentes de un mismo conjunto estético cuya raíz ética se irá desenvolviendo en el transcurso de este ensayo.

(De La Cuenca del Unare como creación y patria, Milagros Mata Gil)


viernes, 12 de agosto de 2011

POETAS VENEZOLANOS DEL SIGLO XX




por JOSÉ JESÚS VILLA PELAYO
www.sololiteratura.com
http://poetasvenezolanos.blogspot.com


Esta es una Antología de la Poesía venezolana del siglo XX. Abarca un grupo de 100 poetas, nacidos entre 1870 y 1980.

Mi querida y recordada amiga, la poeta Elena Vera, las llamaba cariñosamente “Antojolías”, no con poco acierto. En consecuencia, he querido ser cuidadoso, pero difícil es la tarea de colectar sin obviar, sin olvidar. Lo que he querido, con este trabajo en ciernes, es, precisamente, “no olvidar”. En Venezuela, ya hemos olvidado demasiado.

Una Antología es una forma de historiografía que, en cualquier nación, es siempre imprescindible. La historia de la poesía venezolana del siglo XX no debe ni puede seguir hueca.

Pero no solamente se trata de una Antología, es mi Canon personal de la poesía escrita en Venezuela en el siglo XX, y, en consecuencia, en el siglo XXI.

Se trata apenas de una muestra, un trabajo que pronto será publicado. He querido, empero, entregar el índice de autores, la muestra, el Canon, que está constituido por 100 poetas. Aquellos que considero los más representativos, importantes e influyentes del siglo XX, con ello, abandono esa falsa y ya esclerosada postura de la filosofía literaria postmoderna según la cual no hay poetas unos más importantes que otros. Deniego ese contra-pincipio/sombra de aniquilación del principio de autoridad. Ya el profesor Harold Bloom, después de las guerras culturales en las universidades estadounidenses (de las cuales habla con mucha seriedad Edward Said) ha intentado rescatar estos principios modernos que el agujero negro postmoderno quiso devorar con ansia.

Recobro, por tanto, ese humanismo, no el hominismo barato y cínico de quienes anhelan destruir y obtenerlo todo.

Los poetas venezolanos del siglo XX y XXI han visto la construcción y destrucción de un país, una y otra vez; la han cantado una y otra vez, y sus vidas han sido expuestas en un ramillete de poemas que abarca la atmósfera espiritual y vital del país desde la Revolución Liberal Restauradora hasta la Revolución Bolivariana. Testigos serenos de las transformaciones políticas, culturales, económicas de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del siglo XXI.

Han sido, por supuesto, testigos de sus propias transformaciones vitales y las han cantado, celebrado o decapitado. Un arco que comprende los días más álgidos de la modernidad, la postmodernidad y el comienzo de lo que se ha llamado últimamente la transmodernidad.

Los poetas venezolanos no han sido inmunes a los cambios ni a las ifluencias. Se han agrupado o no, se han organizado, han ofrecido sus manifiestos, como ofrendas de sus ideales poéticos y humanos. Desde el grupo “La Alborada” y “Viernes” hasta los más recientes “Jueves” y “Bello Púbico”. Esta Tierra de Gracia los ha visto nacer, forjar sus obras y morir. Porque esta Antología es también una estampa del recorrido entre la vida y la muerte.

Al observar el Canon, con algún detenimiento, recordé aquella escena de la película “La sociedad de los poetas muertos” (Dead poets society) dirigida por Peter Weir, en la que Robin Williams (el maestro John Keatting) muestra a sus alumnos algunos retratos de deportistas y ex alumnos del Colegio Welton (de comienzos del siglo XX) y les susurra la famosa frase latina: Carpe Diem (Aprovecha el día).

Les entrego, pues, este Canon, como una primera aproximación a mi libro 100 poetas venezolanos del siglo XX.



1900-1910
10.-LUIS FERNANDO ÁLVAREZ (1902-1952)
11.-MANUEL FELIPE RUGELES (1903-1959)
12.-ANTONIO ARRÁIZ (1903-1962)
13.-ALBERTO ARVELO TORREALBA (1905-1971)
14.-MARÍA CALCAÑO (1906-1956)
15.-MIGUEL RAMÓN UTRERA (1909-1993)
1910-1920
16.-PASCUAL VENEGAS FILARDO (1911-2003)
17.-VICENTE GERBASI (1913-1992)
18.-JUAN BEROES (1914-1976)
19.-CARLOS AUGUSTO LEÓN (1914-1997)
20.-JUAN LISCANO (1915-2001)
21.-ANTONIA PALACIOS (1915-2001)
22.-RAFAEL ÁNGEL INSAUSTI (1916-1978)
23.-LUZ MACHADO (1916-1999)
24.-PÁLMENEZ YARZA (1916-2006)
25.-ANA ENRIQUETA TERÁN (Valera, 1918)


1920-1930
26.-AQUILES NAZOA (1920-1976)
27.-PEDRO FRANCISCO LIZARDO (1920-2001)
28.-ELIZABETH SCHÔN (1921-2008)
29.-JOSÉ RAMÓN MEDINA (1921-2010)
30.-LUIS PASTORI (La Victoria, 1921)
31.-TOMÁS ALFARO CALATRAVA (1922-1953)
32.-ALÍ LAMEDA (1923-1995)
33.-JUAN SÁNCHEZ PELAEZ (1922-2003)
34.-ALIRIO UGARTE PELAYO (1924-1966)
35.-IDA GRAMCKO (1924-1994)
36.-JEAN ARISTIGUIETA (Guasipati, 1925)
37.-ARNALDO ACOSTA BELLO (1927-1996)
38.-RAFAEL JOSÉ MUÑOZ (1928-1981)
39.-DIONISIO AYMARÁ (1928-1999)
40.-HESNOR RIVERA (Maracaibo, 1928)


1930-1940
41.-JESÚS SANOJA HERNÁNDEZ (1930-2007)
42.-FRANCISCO PÉREZ PERDOMO (Boconó, 1930)
43.-RAFAEL CADENAS (Barquisimeto, 1930)
44.-EFRAÍN SUBERO (1931-2007)
45.-JUAN CALZADILLA (Altagracia de Orituco, 1931)
46.-DARÍO LANCINI (1932-2010)
47.-ALFREDO SILVA ESTRADA (1933-2009)
48.-GUILLERMO SUCRE (Tumeremo, 1933)
49.-CARLOS CONTRAMAESTRE (Tovar, 1933)
50.-VÍCTOR VALERA MORA (1935-1984)
51.-RAMÓN PALOMARES (Escuque, 1935)
52.-CAOPOLICÁN OVALLES (1936-2001)
53.-EDMUNDO ARAY (Maracay, 1936)
54.-LUDOVICO SILVA (1937-1988)
55.-ALFREDO CHACÓN (San Fernando de Apure, 1937)
56.-LUIS CAMILO GUEVRA (Tucupita, 1937)
57.-MIYÓ VESTRINI (1938-1991)
58.-EUGENIO MONTEJO (1938-2008)
59.-LUBIO CARDOZO (Caracas, 1938)
60.-ELENA VERA (1939-1998)
61.-LUIS GARCÍA MORALES (Angostura, 1929)
62.-GONZALO CARNEVALI

1940-1950
61.-GUSTAVO PEREIRA (Punta de Piedra, 1940)
62.-LUIS ALBERTO CRESPO (Carora, 1941)
63.-JOSÉ BARROETA (1942-2006)
64.-LYDIA FRANCO FARÍAS (1943-2004)
65.-BLAS PEROZO NAVEDA (Maracaibo, 1943)
66.-REYNALDO PÉREZ SÓ (Caracas, 1945)
67.-MARÍA FERNÁNDA PALACIOS (Caracas, 1945)
68.-HANNY OSSOTT (1946-2002)
69.-ELEAZAR LEÓN (Caracas, 1946-2009)
70.-ELÍ GALINDO (1947-2006)
71.-ENRIQUE HERNÁNDEZ D’JESÚS (Mérida, 1947)
72.-WILLIAM OSUNA (Caracas, 1948)
73.-ARMANDO ROJAS GUARDIA (Caracas, 1949)
74.-ALEJANDRO OLIVEROS (Valencia, España, 1948)
75.-RAMÓN ORDAZ (El Tigre, 1948)
1950-1960
76.- LUIS ALBERTO ANGULO (Barinitas, 1950)
77.-IGOR BARRETO (San Fernando de Apure, 1952)
78.-MIGUEL JAMES (Trinidad y Tobago, 1953)
79.-YOLANDA PANTIN (Caracas, 1954)
80.-MIGUEL MÁRQUEZ (Caracas, 1955)
81.-MARÍA AUXILIADORA ÁLVAREZ (Caracas, 1956)
82.-MARITZA JIMÉNEZ (Caracas, 1956)
83.-BERVERLY PÉREZ REGO (Halifax, Canadá, 1957)
84.-MHARÍA VÁZQUEZ BENARROCH (Pontevedra, España, 1958)
85.-MARTA KORNBLITH (1959-1997)
86.-RAFAEL ARRÁIZ LUCCA (Caracas, 1959)
87.-CÉSAR SECO (Coro, 1959)


1960-1970
88.-PATRICIA GUZMÁN (Caracas, 1960)
89.-GONZALO FRAGUI (Mucutuy, 1960)
90.-SONIA CHOCRÓN (Caracas, 1961)
91.-TAREK WILLIAM SAAB (El Tigre, 1963)
92.-GREGORY ZAMBRANO (Caracas, 1963)
93.-MIGUEL MARCOTRIGIANO (Caracas, 1963)
94.-LIBESLAY BERMÚDEZ (Caracas, 1965)
95.-JACQUELINE GOLDBERG (Maracaibo, 1966)
96.-MARIELA CASAL (Acarigua, 1967)
1970-1980
97.-LUIS ENRIQUE BELMONTE (Caracas, 1971)
98.-ALEJANDRA SEGOVIA (Caracas, 1973)
99.-XIMENA BENITEZ (Caracas, 1974)
100.-ERIKA REGINATO (Caracas, 1977)
101.-NÉSTOR ROJAS (El Tigre, 1961)
102.-JOSÉ CANACHE LA ROSA (Ciudad Guayana, 1951)
103.-HORACIO BIORD CASTILLO (San Antonio de Los Altos, 1961)