domingo, 9 de mayo de 2010

LITERATURA VENEZOLANA: DE LOS 40 A LOS 80



El escritor venezolano, por un destino que parece inexorable y fatal, está unido a las circunstancias políticas que le tocan vivir. Entre los años 40 y 50, se producen, paralelamente, textos muy influidos por las corrientes europeas. No se puede obviar el aporte de escritores outsiders en su momento como Enrique Bernardo Núñez y José Antonio Ramos Sucre, cuyo real aporte e influencia se verá posteriormente.
Pero también hay otro grupo de escritores que toma estéticamente el paisajismo y la infancia, esa generación de los 40, que conformó el Grupo “Contrapunto” y aún tiene raíces en poetas actuales, especialmente los formados en el Occidente y Los Andes del país.

Entre ambas tendencias: una que –provisionalmente- pudiera llamarse intimista y otra, que –también provisionalmente- pudiera llamarse exteriorista. Es decir, no se trataba ésta de una descripción del paisaje en sí, sino de una transformación del mismo a través de la mirada de poetas y algunos narradores.
En narrativa, ya desde antes se había generado esa división (caso Teresa de la Parra/ Rómulo Gallegos) Por razones que van más allá de la literatura en sí, Gallegos se convirtió en el paradigma narrativo venezolano. Leyéndolo sin prejuicios, uno descubre su intento estético de fijar un paisaje, usos, costumbres y tradiciones de diferentes partes del país. Tuvo vocación de descubridor y de conquistador.

No es éste el momento adecuado para entrar en las corrientes que recorrían el continente, como el arielismo, el nativismo y el realismo mexicano y que necesariamente tenían que inluir en las obras que se iban produciendo.
Lo que sí resulta curioso fue que un fenómeno como el inicio impactante de la industria petrolera en Venezuela no fuera más notoria sino en autores como Efraín Subero, algo de Gustavo Díaz Solís y la novela “Mene”, de Ramón Díaz Sánchez, que apareció solamente en 1936, después del fallecimiento del general Gómez en el último y tenebroso tiempo de su dictadura. Pero aún Díaz Sánchez continuó su escritura dentro del canon establecido. Hay un ensayo investigativo de Gustavo Luis Carrera, “Venezuela, Literatura y Petróleo”, quizá inencontrable, que estudia cuidadosamente esa época y esa literatura.

La muerte de Gómez no significó la destrucción del gomecismo. Hubo allí una transición que, si se hubiera cumplido, quizá hubiera dado una historia diferente. Pero eso es lo que tenemos. Uno siente que se ha estudiado poco la influencia de Julio Garmendia, como cuentista y como teórico. Lo cierto es que la segunda mitad de la década del 50, en el siglo 20, abre súbitamente una eclosión de morfologías y sintaxis literarias distintas, poesía y narrativa: Guillermo Sucre, Luis García Morales, son nombres que se vienen a la memoria. Había, eso sí, una tímida acción política en la formación del grupo “Sardio” y de allí se nutrieron narradores que estaban procesándose como Guillermo Meneses, Alfredo Armas Alfonzo, Salvador Garmendia y Adriano González León. No era “Sardio” un grupo de literatos solamente, pues allí participaban artistas plásticos, músicos y gente de teatro.

Dos figuras literariamente descollantes sientan el hito de los cambios con mayor vigor que sus antepasados: Guillermo Meneses, que, en su segunda fase, entra a una escritura de tonos opacos, que refleja cambios, y, especialmente, los cambios que están sufriendo las ciudades por el empuje abierto del petróleo y sus consecuencias. La otra figura es Alfredo Armas Alfonzo, quien retoma el sabroso gusto del contar, pero con un lenguaje particularmente sonoro. No rechaza ni historia, ni tradición: se impregna de esas disciplinas y de la tierra aún manchada de sangre, a la que da el nombre a las flores silvestres, a los personajes de los pueblos y a los héroes anónimos.

“Sardio” ve morir la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y entre en un conflicto ideológico que los hace dividirse. Sin embargo, su ejemplo de agrupamiento se multiplica por todo el país, haciendo surgir muy interesantes e importantes obras, ya no centradas en la capital del país, o en un paisaje rural realmente desconocido.

Todos los escritores nombrados van evolucionando en sus proyectos de literatura. La lucha política se traslada a las obras y, en medio de toda aquella vorágine, de la Universidad Central de Venezuela parte “En HAA” como una flecha.
Éste es el panorama aproximado. La derrota de los movimientos guerrilleros en Venezuela, la frustración y el desencanto, se ponen de relieve en una generación distinta, la de los años 70, que privilegiaba el lenguaje como materia prima estética, ponía de lado los simbolismos y la semiótica y crea unos textos que eran literarios por sí mismos. Oswaldo Trejo fue el que lideró este movimiento, que se prolongó durante más de una década en textos narrativos que no narraban, poesía brevísima, juegos de palabras y aforismos.

Los otros escritores nombrados, sin caer en la nueva tendencia, tampoco abrieron debate, sino que cada uno pareció encerrarse en su mundo creativo y resistir desde allí.

Por otra parte, el Estado venezolano creó varias instituciones culturales, el Instituto de Cultura y Bellas Artes, la editora Monte Ávila, para nombrar los más significativos. Y eso implicó el ingreso al país de propuestas literarias muy diversas, que venían de Argentina y Chile, por ejemplo, pero también desde Europa y Estados Unidos. La influencia de todas esas nuevas y masivas lecturas obviamente transformaron el quehacer literario venezolano.

Domingo Miliani, quien había pasado una temporada larga en México, trajo varias ideas impactantes: la formación de Talleres Literarios y la creación del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, pues uno de sus postulados era que los artistas no podían quedarse en el estrecho conocimiento de su arte, sino buscar de dónde venían sus culturas y sus maneras de escribir.

Los Talleres Literarios no han sido estudiados profundamente en su significación y sus procesos, que muchos adversaron y aún adversan. El CELARG se convirtió primordialmente en un Centro Académico. Y en esta especie de vacío, aparece un escritor como Francisco Herrera Luque, quien trabaja la historia novelada e inmediatamente fue asumido por los lectores. Al principio, hubo mucho desprecio por lo que se consideraba best-seller en el sentido peyorativo del término, es decir, más venta significaba menos calidad.

Pero Herrera Luque coincidió con la difusión de las obras pre-boom latinamericano y las del boom propiamente dicho. De súbito, lo latinoamericano pasó mundialmente a ser tomado en cuenta. Herrera Luque continuó con esa escritura tersa e irónica que recreaba la historia. Pero a su lado brota un manantial escandaloso como Denzil Romero, quien aborda también la novela histórica, pero dentro de un lenguaje altamente barroco Y crece, entretanto, la posición estética de Alfredo Armas Alfonzo. Entonces, es cuando obras como “Cubagua”, de Enrique Bernardo Núñez, de Ramos Sucre, de Antonia Palacios, de Elisa Lerner y Teresa de la Parra, son tomadas en cuenta. Igualmente la de autores más recientes: José Balza y Carlos Noguera. Escritores como Orlando Chirinos, César Chirinos y tanta gente en el interior del país.

Releyendo lo escrito, me doy cuenta de que he puesto énfasis en la narrativa, así que será preciso releer respetuosa y críticamente la poesía para que el lector internacional pueda tener el panorama completo.

La generación de los 80 hubo de luchar mucho para obtener su puesto, tomado prácticamente, por los autores de las generaciones posteriores. En este sentido, se destacan las obras de Luis Barrera Linares, Ana Teresa Torres, Stefania Mosca y muchos otros. Aún hay una generación de los 90, que merece atenderla con sumo cuidado. Coincide, además, con otro período de oscurantismo.


MMGC

9 de Abril del 2010

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